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Mostrando las entradas de septiembre, 2024

La reina del norte, capitulo 4.

 Ixtchel se hallaba en la oficina del gerente, un ambiente opresivo que olía a tabaco rancio y a la inevitable tristeza del fracaso. El gerente, un hombre con la mirada perdida y el rostro marcado por líneas de preocupación, se sentó frente a ella, ansioso por escuchar la petición de su nueva empleada. Ella, con un aire de confianza que desmentía su juventud, tomó un pequeño frasco de su bolso. Con un gesto calculado, arrojó un polvo verdoso en la mesa, el cual emanaba un aroma a hierbas silvestres y especias. Era otro truco de Don Meny, su mentor, que le había enseñado a usar las plantas para obtener la verdad. El gerente, al inhalar el polvo, se quedó inmóvil. Sus ojos se abrieron de par en par, y su cuerpo se dejó caer hacia atrás en la silla, como si hubiera sido desconectado de la realidad. Su expresión se tornó vacía, y Ixtchel supo que había logrado lo que deseaba: entrarlo en un trance. —¿Quién dirige la empresa? —preguntó Ixtchel, su voz firme resonando en el silencio denso de

La reina del norte, capitulo 3.

 Habían pasado tres años desde que Ixtchel había comenzado su viaje de autoconocimiento junto a Manuel. En su juventud, había aprendido a escuchar no solo las palabras de su maestro, sino también el susurro del viento y el murmullo del río. Ahora, con dieciocho años, se hallaba meditando bajo la sombra de un gran árbol, sus raíces extendiéndose como brazos que abrazaban la tierra. La brisa suave acariciaba su piel, y el sol se filtraba a través de las hojas, proyectando patrones de luz y sombra sobre su rostro sereno. Ixtchel había asimilado las enseñanzas de Manuel con paciencia y dedicación. En esos momentos de silencio, donde la mente se aquieta, comprendía que lo importante no era la individualidad, sino la unidad con el cosmos. Las palabras de Manuel resonaban en su interior: “Cuando la mente alcanza su equilibrio, libre de necesidades, puede percibir el orden que yace en el mundo.” El eco de esa verdad se hacía más fuerte en cada meditación, mientras se sumía en un estado de conc

La reina del norte, capitulo 2.

 El día estaba nublado, pero el calor del mediodía se sentía sofocante, y las cigarras cantaban su monótono coro mientras el viento traía el aroma de la tierra húmeda y el maíz recién cocido. Sentados bajo el tejado de una vieja palapa, Ixtchel y Manuel compartían una comida sencilla. El sabor ahumado de los frijoles y la textura crujiente de las tortillas caseras parecían suavizar el ambiente tenso que había entre ellos desde el accidente. Ixtchel miraba a Manuel, al que llamaba con cariño “Don Meny”, mientras él masticaba en silencio. Finalmente, se decidió a preguntar lo que había estado rondando su mente desde hacía días. —Don Meny... ¿Por qué estabas ahí cuando ocurrió el accidente? Manuel la miró por un momento, dejando caer la tortilla que sostenía y limpiándose las manos en su camisa ajada. —Te sentí —dijo con calma. Ixtchel arqueó una ceja, confundida, pero curiosa. —¿Sentirme? ¿Qué quieres decir con eso? —preguntó con una ligera risa en la voz, pero no una risa de burla, sino

La reina del norte, capitulo 1.

 Ixtchel era una joven adinerada de quince años, cuyas risas llenaban el aire fresco de Catemaco, un lugar donde la naturaleza se abrazaba con el lujo de su vida. El sol brillaba intensamente, iluminando su rostro mientras jugaba con su cabello, sintiendo la brisa suave que acariciaba su piel. En la camioneta de lujo, sus padres conducían con una calma que la hacía sentirse segura y protegida. La música suave del interior, mezclada con el sonido de las hojas al mecerse, creaba un ambiente casi mágico. De repente, algo cambió. Ixtchel sintió una corriente fría atravesar su cuerpo, como si la naturaleza misma se hubiera detenido. Desde la ventana, vio una camioneta oscura acercarse rápidamente, su sombra proyectándose sobre ellos como un presagio ominoso. La tensión en el aire se hizo palpable, y un escalofrío le recorrió la espalda. Sus padres intercambiaron miradas, una inquietud creciente reflejada en sus ojos.  El siguiente instante fue un estallido ensordecedor que resonó en sus oíd

Chicho el rata, capitulo 6.

 La noticia de la liberación de Chicho se expandió como el eco de un trueno en una noche de tormenta, resonando en los corazones de los migrantes que se aferraban a la esperanza en un mundo hostil. Chicho, un sujeto sin registro, de aspecto repugnante, se había convertido en un símbolo de resistencia. Había desafiado al sistema con una valentía que los demás sólo podían soñar. A medida que la noticia se propagaba, la atmósfera comenzó a cambiar. El aroma del miedo y la sumisión se desvanecía, reemplazado por el aroma a combustible que impregnaba las fábricas cercanas. Los trabajadores, cansados y exhaustos, comenzaron a abandonar sus estaciones de trabajo, sintiendo que la liberación de Chicho era un llamado a la acción. Los motores de las máquinas se apagaron, el zumbido monótono cesó, y los ecos de los martillos y prensas se convirtieron en un silencio ensordecedor, interrumpido solo por los murmullos de la multitud. Los agentes de deportación, antes omnipotentes y seguros, se encont

Chicho el rata, capitulo 5.

 Los robos de Chicho se habían disparado en los últimos meses, y no pasó mucho tiempo antes de que la policía comenzara a hacer conexiones entre los atracos en los barrios ricos y su camión de comida. Había sido cuidadoso, pero en la última operación algo cambió. Sentía que lo seguían, una presencia invisible que hacía eco en su mente. Mientras conducía su destartalado camión por las calles oscuras y desiertas, cada sombra parecía alargarse demasiado, cada farola parpadeante lanzaba destellos sospechosos. El motor del vehículo rugía suavemente bajo sus manos mientras intentaba mantener la calma, pero la sensación era implacable. Miraba con disimulo por el espejo retrovisor, esperando ver algún auto sospechoso detrás de él. Su corazón martilleaba, y el sudor perlaba su frente. El sabor metálico de la adrenalina se mezclaba con el amargo residuo del cigarro que había fumado hace horas. Sabía que seguir robando en los mismos vecindarios lo pondría en un peligro mayor, así que decidió camb

Chicho el rata, capitulo 4.

 El aire en el Palacio Nacional era denso, como si la atmósfera misma se estuviera presionando contra los asistentes al evento. Las luces brillantes iluminaban la sala con una claridad casi insoportable, haciendo que los rostros de los presentes destellaran en tonos de sudor y nerviosismo. Peni Natas, con su traje oscuro y su cabello cuidadosamente peinado, se erguía detrás del podio. Los micrófonos, dispuestos en hileras perfectamente alineadas, capturaban cada palabra que salía de sus labios, resonando en el eco de la sala con una cadencia ensayada. "Hoy, anuncio que firmaremos todos los acuerdos del tratado de libre comercio diseñados en colaboración con la administración del presidente Renald", declaró, su voz resonante como un tambor. Las cámaras centelleaban, ávidas de capturar la declaración que prometía cambiar el rumbo del país. Al escuchar estas palabras, un escalofrío recorrió la sala. Los periodistas intercambiaron miradas incrédulas, sus rostros reflejando una me

Chicho, el rata, capitulo 3.

 Renald Rumper, finalmente en la silla presidencial, se reclinó ligeramente mientras observaba las noticias proyectadas en la pantalla frente a él. La sala estaba envuelta en una luz tenue que apenas iluminaba los oscuros paneles de madera a su alrededor. Un leve zumbido, apenas perceptible, vibraba desde los monitores, pero lo que dominaba el ambiente era el aroma acre del cigarro que había dejado en el cenicero de bronce sobre el escritorio. El humo serpenteaba lentamente hacia el techo, creando una atmósfera densa, casi sofocante. Afuera, la nación comenzaba a sentir los efectos de las deportaciones masivas que él mismo había ordenado. Familias enteras eran arrancadas de sus hogares, sus gritos y llantos resonaban en los corredores vacíos de estaciones de detención improvisadas. Las imágenes de niños llorando, separados de sus padres, pasaban ante sus ojos en las pantallas, pero a Renald no le causaban ninguna inquietud. Para él, todo esto era necesario, un sacrificio que aseguraba

Chicho, el rata, capitulo 2.

 Chicho el Rata emergió lentamente de la alcantarilla. Sus movimientos eran sigilosos, casi felinos, como si hubiese perfeccionado el arte de pasar desapercibido tras años de esconderse bajo tierra. Llevaba unos trapos sucios atados alrededor de su rostro, dejando apenas sus ojos visibles. La pestilencia de la alcantarilla aún lo envolvía, una mezcla de podredumbre y humedad que impregnaba el aire alrededor de él. El barrio era un laberinto de edificios maltrechos, con paredes agrietadas y grafitis descoloridos. La luz del sol se filtraba débilmente entre las fachadas, creando sombras largas y ominosas. Un olor a grasa rancia flotaba en el ambiente, mezclado con el aroma a pan quemado y basura. Chicho avanzaba con paso firme, escudriñando cada rincón, atento a cualquier señal de peligro o recompensa. De repente, en la esquina de una carnicería cerrada, sus ojos se iluminaron. Unos pedazos de jamón y carne cruda yacían descuidadamente en un cubo, residuos del día anterior. Sin dudar, se