La reina del norte, capitulo 4.
Ixtchel se hallaba en la oficina del gerente, un ambiente opresivo que olía a tabaco rancio y a la inevitable tristeza del fracaso. El gerente, un hombre con la mirada perdida y el rostro marcado por líneas de preocupación, se sentó frente a ella, ansioso por escuchar la petición de su nueva empleada. Ella, con un aire de confianza que desmentía su juventud, tomó un pequeño frasco de su bolso. Con un gesto calculado, arrojó un polvo verdoso en la mesa, el cual emanaba un aroma a hierbas silvestres y especias. Era otro truco de Don Meny, su mentor, que le había enseñado a usar las plantas para obtener la verdad. El gerente, al inhalar el polvo, se quedó inmóvil. Sus ojos se abrieron de par en par, y su cuerpo se dejó caer hacia atrás en la silla, como si hubiera sido desconectado de la realidad. Su expresión se tornó vacía, y Ixtchel supo que había logrado lo que deseaba: entrarlo en un trance. —¿Quién dirige la empresa? —preguntó Ixtchel, su voz firme resonando en el silencio denso de