Operacion medusa, capitulo 22.

 El aroma a café recién hecho y el tintineo de copas de cristal resonaban suavemente en la oficina de Martín, un espacio que combinaba la elegancia con el confort. En su escritorio de caoba, un cóctel vibrante reposaba junto a un plato de canapés cuidadosamente dispuestos. El sol se filtraba a través de las ventanas de vidrio ahumado, creando un ambiente cálido que contrastaba con la fría realidad de las paredes grises de la empresa que dirigía. Martín disfrutaba de ese momento de tranquilidad, sintiéndose el rey de su pequeño reino corporativo, cuando sonó su teléfono.


—Martín, tengo a un nuevo empleado en recepción —anunció la voz de su recepcionista, algo nerviosa.


La mención de un nuevo empleado despertó la curiosidad de Martín, quien, sin embargo, sintió una punzada de reconocimiento en su estómago al escuchar el nombre: Fernando Laurel, su aniguo jefe. Aquel que lo había explotado durante años, quien lo había mantenido bajo su yugo, ahora llegaba a su puerta.


Una sonrisa sardónica se dibujó en su rostro. A medida que se dirigía hacia la recepción, los ecos de sus pasos resonaban en el suelo de mármol pulido, el sonido era un recordatorio del cambio de roles que estaba a punto de suceder. Cuando vio a Laurel, sintió una mezcla de satisfacción y sorpresa. El hombre que había sido una figura temida, ahora parecía haber caído en desgracia. Su traje, una vez impecable, estaba desgastado y arrugado; su corbata, que alguna vez fue un símbolo de su poder, ahora colgaba desganada. La arrogancia que había caracterizado su andar había sido sustituida por una humildad palpable.


—Martines, ¿tú trabajas aquí? —preguntó Laurel, con una mezcla de incredulidad y desdén.


—Algo así, sígueme —respondió Martín, conteniendo una sonrisa burlona mientras se giraba para llevar a su antiguo opresor a la oficina del CEO.


El pasillo estaba adornado con obras de arte contemporáneo y plantas tropicales que aportaban frescura al ambiente. La luz suave y los colores cálidos le daban al lugar un aire de sofisticación. Laurel seguía a Martín, con la mirada fija en el suelo, como si cada paso fuera una carga.


—¿Qué haces? Nos regañarán —murmuró Laurel, frunciendo el ceño.


—No te preocupes —replicó Martín con despreocupación, disfrutando de la situación. La satisfacción de ver a su antiguo jefe en una posición tan vulnerable era casi embriagadora.


Al llegar a su oficina, Martín abrió la puerta con un gesto teatral, como si estuviera revelando un gran espectáculo. El aire estaba impregnado con un suave perfume a madera de sándalo, una fragancia que había seleccionado cuidadosamente para crear un ambiente acogedor y profesional.


—¿Y quién me entrevistará? —preguntó Laurel, su voz temblando ligeramente.


Martín, con una sonrisa amplia que no podía ocultar, respondió: 


—Ya estás contratado. 


Laurel solo frunció el ceño, sus ojos se abrieron en incredulidad. En ese momento, Martín supo que había dado un giro completo a su vida laboral, convirtiendo a su antiguo explotador en un empleado más. El sabor del cóctel que había estado disfrutando en su escritorio nunca había sabido tan bien.

La cantina de San Benito el Alto estaba envuelta en una atmósfera cargada de historias y recuerdos. Las paredes, cubiertas de fotografías descoloridas y trofeos de torneos pasados atraían a los clientes, Juan se encontraba en una de las mesas de madera, con la mirada perdida en el fondo de su botella, sintiendo cómo el peso de la carta que había recibido un mes atrás aún lo oprimía. 

—Ahijado, ya viene el próximo torneo, ¿estás preparado? —preguntó el presidente municipal, su voz impregnada de un tono casi paternal, pero con un dejo de preocupación.


Juan alzó la vista, su expresión distante reflejando la tormenta de pensamientos que lo atormentaban.


—Yo no ir —respondió, con una calma inquietante que dejó al presidente municipal atónito.


La risa y los murmullos de los demás clientes se detuvieron de golpe. Los ojos del presidente se ampliaron, y un hilo de sudor le recorrió la frente al considerar las implicaciones.


—¿Por qué, ahijado? —inquirió, su voz temblando ligeramente al darse cuenta de que la decisión de Juan podría afectar sus ingresos.


—Martín decirme que ser difícil, humanos como nunca antes creados por gobiernos —contestó Juan, dejando caer la última palabra como una piedra en un estanque tranquilo, provocando ondas de inquietud en el ambiente.


Mientras tanto, un anciano delgaducho, canoso y encorvado, se encontraba en la esquina de la cantina. Llevaba un desgastado sombrero de paja que apenas sostenía sobre su cabeza y miraba fijamente su botella, como si en ella pudiera encontrar respuestas a los misterios de la vida. Con un movimiento lento, llevó la botella a sus labios, sorbiendo con un aire de resignación.


—Yo sé de alguien que podría tener una solución —murmuró, su voz quebrada y rasposa atrajo la atención de todos los presentes.


Las miradas se volcaron hacia él, curiosos, intrigados. El presidente municipal se inclinó hacia adelante, ansioso por escuchar más.


—¿Quién? —preguntó, su interés picado por la posibilidad de un nuevo aliado en el próximo torneo.


El anciano sonrió con malicia, sus ojos chispeantes reflejaban la sabiduría de sus años. 


—En las alturas de la sierra vive un hombre con un secreto. Cuando yo lo conocí, él tenía veinte años más que yo, y yo tengo ochenta. Se rumora que parece de cincuenta —dijo, dejando que el silencio aumentara la expectativa en la cantina.


Juan frunció el ceño, un leve atisbo de esperanza surgiendo en su interior.


—¿Cómo poder verlo? —preguntó, su voz más fuerte, imbuida de un deseo renovado por encontrar respuestas.


—Es escurridizo —admitió el anciano, encogiendo los hombros—. Solo un hombre con sentidos de animal puede encontrarlo.


Las palabras del anciano resonaron en la mente de Juan. La imagen de ese nieto de chamán, con su sabiduría ancestral, podría ser la clave para enfrentar lo que se avecinaba. Mientras la cantina se llenaba de murmullos, Juan se sumió en sus pensamientos, imaginando el desafío de encontrar a aquel misterioso hombre, decidido a intentar lo que fuera necesario. El ambiente, cargado de humo y risas, se convirtió en un telón de fondo borroso mientras su mente visualizaba las alturas de la sierra, un mundo que podría ofrecerle la solución que tanto anhelaba.

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