La reina del norte, capitulo 6.

 Una semana después de la muerte de su abuela, Ixtchel se encontraba en la casa que había sido su refugio durante su infancia. El aire estaba impregnado con el aroma a madera envejecida y la luz del sol se filtraba a través de las ventanas polvorientas, iluminando los rincones olvidados del hogar. A su lado, su tío, un hombre de rasgos cansados y voz grave, removía algunos objetos en busca de recuerdos perdidos. La atmósfera estaba cargada de nostalgia y melancolía, y Ixtchel sentía el peso de la ausencia en cada rincón.


De repente, un fuerte golpe resonó en la puerta principal, interrumpiendo el silencio que reinaba en la casa. Ixtchel, siempre atenta a lo que la rodeaba, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sin pensarlo, cerró los ojos y realizó un desdoblamiento espiritual, una habilidad que había perfeccionado bajo la tutela de su maestro. Su esencia se despegó de su cuerpo, fluyendo como un susurro etéreo hacia el exterior. Desde su posición espiritual, observó la escena con claridad. 


Un policía estaba de pie frente a la puerta, con su uniforme azul resplandeciente bajo la luz del sol. La insignia brillaba, pero lo que capturó su atención fueron los ojos del oficial: un marrón profundo, que reflejaban la determinación y una inquietante sinceridad. No había rastro de maldad en su mirada; de hecho, parecían buscar algo más que simple autoridad. 


Regresando a su cuerpo, el peso del mundo la envolvió nuevamente. Con cautela, se acercó a la puerta y la abrió. El oficial se presentó con voz firme pero amable: “Soy Taylor Bishop”. Las palabras se arrastraban con la carga de una historia que aún no había sido revelada. Ixtchel lo miró de nuevo, intentando escudriñar sus intenciones a través de la habilidad que su maestro le había enseñado. 


“Estoy consciente de tus movimientos”, continuó él, su voz era grave y resonante, como un eco en el silencio de la casa. “El gobierno de los Estados Unidos me ha ordenado perseguir a Ghostman”. La revelación la sorprendió, un estallido de preguntas y confusión la invadió, pero se obligó a mantener la calma.


“¿Cómo supiste de mí?” preguntó, su voz resonando en la quietud del ambiente. El oficial hizo una pausa, evaluando sus palabras, y sus ojos se oscurecieron un poco. 


“Tengo un contacto muy competente”, dijo, su tono cambiando sutilmente, como si los secretos estuvieran a punto de deslizarse de sus labios. “Me dijeron que tú podrías ayudarme a enfrentar lo que viene"

Horas más tarde, el ambiente en la casa se había vuelto tenso y cargado de expectativas. El tic-tac de un viejo reloj en la sala parecía marcar cada segundo con una precisión irritante, mientras Bishop, con una postura relajada pero firme, comenzaba a explicar su rol. Su voz era profunda y pausada, el tipo de voz que había comandado respeto durante años como detective. El aire en la sala estaba impregnado de un ligero olor a café viejo, la bebida que había pedido apenas unos minutos antes.


“soy comisionado”, dijo Bishop, ajustando el cinturón de su uniforme y cruzando los brazos. “Pero debido a mi historial como detective, con varios casos resueltos de alto perfil, me han encargado la investigación de Ghostman”.


Ixtchel lo escuchaba con atención, su mirada fija en el rostro de Bishop, analizando cada palabra, cada gesto. A su alrededor, la casa parecía sumirse en un estado de calma inquietante, como si las paredes mismas estuvieran conteniendo su aliento. A pesar de la tensión, la luz suave del atardecer se filtraba a través de las cortinas, creando un contraste con la seriedad de la conversación.


“¿Y cuánto han avanzado?” preguntó Ixtchel, su voz era suave pero firme. No podía evitar sentir una extraña mezcla de curiosidad y preocupación; Ghostman no era alguien ordinario.


Bishop dejó escapar un suspiro, un sonido que llenó el silencio de la sala. “El perfil que entregó el gobierno…” hizo una pausa, como si las palabras le resultaran ridículas incluso antes de pronunciarlas. “…indica que es un sureño con solo estudios básicos. Quizás un bajo coeficiente intelectual. Francamente, un perfil ridículo.”


Los ojos de Bishop se oscurecieron, su mandíbula se tensó. “Ghostman es un genio. Un maldito genio. Capaz de hacer cosas que cualquier otro consideraría imposibles. No es el tipo de narcotráficante ordinario que ellos intentan retratar.”


Ixtchel sintió un escalofrío en la espalda mientras procesaba lo que Bishop decía. Su intuición ya le había advertido que Ghostman no era alguien que debieran subestimar. El calor sofocante de la tarde empezaba a volverse incómodo, y el ventilador en la esquina de la habitación emitía un zumbido constante, como si el aire mismo se negara a cooperar.


“Lo vimos en Yucatán”, continuó Bishop, con una mezcla de frustración y admiración. “Montamos una redada, todo el equipo estaba listo… pero cuando llegamos, Ghostman ya no estaba allí. Apareció en Jalisco, a kilómetros de distancia, como por arte de magia.”


El silencio se hizo pesado en la habitación. Ixtchel notaba el ligero temblor en los dedos de su tío, quien había permanecido callado hasta ese momento. De repente, rompió el silencio, su voz áspera y cargada de resentimiento.


“Ese hijo de la chingada está protegido de muy arriba”, soltó el tío de Ixtchel, mirando a Bishop con una mezcla de desdén y certeza. “Tiene tratos con muchos sectores del gobierno. Yo escuchaba conversaciónes sobre él.”


Las palabras resonaron en la habitación como un eco, mezclándose con el sonido del ventilador, mientras Ixtchel intentaba asimilar lo que esto significaba para ellos.

Ghostman se encontraba nuevamente en su guarida, un espacio sombrío y repleto de la penumbra que él había cultivado a lo largo de los años. Las paredes estaban cubiertas de mapas y fotos, hilos de colores que conectaban puntos que solo él podía entender. Un suave murmullo de un ventilador viejo creaba un zumbido constante, mientras la luz tenue de una lámpara de escritorio iluminaba su rostro, revelando una expresión calculadora y distante.


Delante de él, un tablero de juego se desplegaba, diferente al que había usado en ocasiones anteriores. Este era un tablero más personal, lleno de muñecos de cerámica pintados a mano, cada uno representando una pieza de su estrategia. En el centro, una muñeca extrañamente similar a Ixtchel destacaba, con un semblante que parecía reflejar una mezcla de inocencia y determinación. Ghostman la observaba fijamente, la mente trabajando como un engranaje bien aceitado.


"La cuestión es simple", murmuró para sí mismo, su voz resonando en la soledad de la habitación. "Nadie se arriesga a semejante movimiento sin emociones intensas de por medio." Su mirada se oscureció al recordar cómo había creído que todos los familiares del anciano estaban muertos. Pero la ausencia del cuerpo de la joven Ixtchel lo había dejado inquieto. 


"Pero nunca reportaron el cuerpo de la niña", continuó, su tono se tornó más grave. Ixtchel había hecho el primer movimiento; había comenzado a investigar sobre él, seguramente en una empresa que le resultaba familiar, la que fue de su propiedad. Ghostman sintió un destello de admiración y desdén a la vez. Esa curiosidad la había llevado hasta él, necesitaba averiguar quién había sido el soplón, pero no era lo más significativo.

Un silbido mecánico interrumpió sus pensamientos. Se trataba de Oráculo, la inteligencia artificial que había creado para asistirse. "¿Cómo reaccionarás ante esta nueva información?", preguntó la máquina, su voz era un eco suave, pero firme, como un susurro digital en la oscuridad.


Ghostman sonrió, una expresión que revelaba una mezcla de ironía y desafío. "Lo haré igual que siempre", respondió con calma. Su mente se llenó de imágenes de estrategias previas, de jugadas que habían allanado su camino hacia la victoria en el pasado. "Allanando mi victoria", añadió, mientras su mirada se posaba en la muñeca que representaba a Ixtchel. 


Las luces de neón desde el exterior parpadeaban a través de la ventana, arrojando sombras danzantes en el tablero. Ghostman sintió la energía del ambiente cambiar, como si el aire mismo estuviera cargado de posibilidades. Sabía que Ixtchel era un desafío, un enigma que debía resolver, pero eso solo avivaba su interés. La emoción de una nueva partida lo llenaba, y mientras más se acercaba el momento, más se sentía vivo.


Con un gesto decidido, Ghostman movió una de las piezas en el tablero, una acción simbólica que representaba su intención de controlar el juego. Las sombras en la habitación parecían responder a su movimiento, un eco de la oscuridad que lo envolvía. La partida estaba a punto de comenzar, y él estaba listo para jugar.

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