Kill demon, capitulo 3.

 Judith se encontraba en el exterior, sentada en la tierra fría bajo la luz de la luna, intentando meditar para conectar con lo que yacía en su interior. La noche estaba tranquila, con un cielo estrellado que se extendía infinitamente sobre ella. El aire fresco y seco acariciaba su rostro, y el suave crujido de las hojas bajo el viento creaba una atmósfera serena. Judith cerró los ojos, concentrando su mente en la búsqueda de la verdad oculta dentro de ella, intentando calmar la tormenta de sus pensamientos.


De repente, el silencio se rompió por un golpe agudo y penetrante. Una daga afilada se hundió en su pecho, atravesando su piel con una precisión cruel. Judith sintió el metal frío y cortante perforar su carne, el dolor intenso y agudo resonando en su cuerpo. Sus ojos se abrieron de golpe, y un grito involuntario escapó de sus labios mientras el hierro se incrustaba profundamente en su pecho.


La daga no solo causó dolor físico, sino que también activó una reacción inesperada. Judith sintió una energía oscura y primal despertarse dentro de ella, una fuerza que se había mantenido dormida. La transformación comenzó de inmediato, su cuerpo convulsionando mientras una fuerza sobrehumana emergía de su interior. Sus músculos se tensaron y sus huesos crujieron, estirándose y cambiando con una rapidez alarmante.


A medida que la transformación avanzaba, una serie de figuras encapuchadas aparecieron de entre las sombras. Con movimientos rápidos y precisos, los hombres armados se lanzaron sobre ella, empuñando una variedad de armas que parecían brillar con una energía mística. Espadas, dagas y lanzas se desenfundaron, sus hojas reflejando la tenue luz de la luna con un resplandor siniestro. Los encapuchados estaban decididos y coordinados, su ataque metódico y despiadado.


Judith, ahora con una fuerza sobrehumana, respondió con una ferocidad inhumana. Su piel se volvió más dura, sus garras afiladas y su cuerpo una máquina de destrucción imparable. Con un rugido gutural, lanzó su cuerpo contra los atacantes. Sus manos, transformadas en garras afiladas, desgarraron el aire y golpearon con una fuerza devastadora. Cráneos estallaron bajo el impacto de sus golpes, las vértebras y columnas se rompieron en un estallido de fragmentos y escombros. Los atacantes volaron por los aires, sus cuerpos destrozados por la furia implacable de Judith.

La noche estaba envuelta en caos, y Judith seguía inmersa en su furia indomable. Las sombras se movían frenéticamente entre las llamas de la batalla, el suelo temblaba bajo el impacto de sus ataques y el aire estaba cargado con el olor penetrante de sangre y destrucción. Los encapuchados, en su desesperación, se agrupaban en pequeños contingentes, tratando de contener la furia desatada frente a ellos.


En un breve lapso, solo quedaba un grupo de diez hombres. Judith, con su fuerza sobrehumana, los había reducido con rapidez. Cada uno de ellos estaba armado con espadas brillantes y dagas adornadas, pero ninguna de sus armas podía igualar el poder implacable de la fuerza demoníaca que Judith desató. Las sombras danzaban al ritmo frenético de los combates, las armas chocaban y las figuras encapuchadas intentaban desesperadamente repeler a la criatura que los había rodeado.


Uno a uno, los diez hombres cayeron, arrastrados por la tormenta de destrucción que Judith había desencadenado. Con cada movimiento, sus cuerpos se hacían añicos, las espadas se torcían y se rompían, y los gritos de agonía se perdían en el clamor del combate. Judith se movía con una agilidad y brutalidad que desafiaban toda lógica, cada golpe suyo transformando la noche en una sinfonía de caos y muerte.


En poco tiempo, solo quedaron cinco. Judith estaba implacable, su furia sólo aumentaba a medida que los números se reducían. Los cinco hombres restantes intentaban reorganizarse, sus movimientos eran más erráticos y desesperados. Intentaron formar una línea defensiva, pero Judith rompió sus intentos de resistencia con una violencia que no conocía límites. Sus garras afiladas atravesaban armaduras y carne por igual, sus ataques eran precisos y devastadores.


Los gritos de los atacantes se volvieron más agudos, el sonido de metal contra metal era cada vez menos frecuente, reemplazado por los horribles crujidos de huesos rotos y el impacto sordo de cuerpos cayendo. Judith avanzaba con una imparable determinación, cada uno de los cinco hombres caía bajo la fuerza de su furia desatada.


Finalmente, sólo quedaban dos. Los últimos sobrevivientes estaban agotados y aterrorizados, sus ojos reflejaban el horror de enfrentarse a la criatura que había reducido a sus compañeros en pedazos. Intentaron atacar en un esfuerzo desesperado, sus movimientos torpes y mal coordinados frente a la rapidez y brutalidad de Judith. Uno fue decapitado inmediatamente.


El ultimo, quien se hallaba desangradose, con su rostro pálido y ojos desorbitados, miró a Judith con una mezcla de desesperación y odio. Con una voz rasposa y temblorosa, pronunció las palabras que resonaron en el silencio de la noche: "Eres una abominación, jamás dejaremos de perseguirte." Sus palabras estaban cargadas de una mezcla de desprecio y terror. 


Una oleada de comprensión la invadió. Sabía que no podía quedarse más tiempo. El entorno había quedado devastado, y el campo de batalla se había convertido en una trampa mortal. Judith debía escapar antes de que más fuerzas llegaran a su ubicación. Se volvió y comenzó a alejarse rápidamente, sus pasos pesados y el suelo quebrándose bajo el peso de su transformación. Su mente estaba en un torbellino de emociones encontradas mientras buscaba una salida, el sentido de urgencia impulsándola a moverse con la velocidad de un animal acorralado.

Simultáneamente: 

En una lujosa sala adornada con tapices dorados y muebles opulentos, dos hombres conversaban en tono grave. La luz de candelabros de cristal proyectaba sombras danzantes en las paredes, y el aire estaba impregnado con el aroma de incienso y cera.


El primero de los hombres, un alto funcionario de la Iglesia con un aire de preocupación, se volvió hacia su interlocutor, un hombre de apariencia serena pero con una tensión visible en sus ojos. "Su Santidad, la entidad sigue libre," dijo el primero, su voz grave resonando en el ambiente silencioso.


El segundo hombre, sentado en un lujoso trono dorado, alzó una ceja con curiosidad y preocupación. "¿De qué nivel se trata?" preguntó, su voz cortante y directa, la calma de su rostro contrastando con la tensión en la habitación.


El funcionario tomó un respiro profundo antes de responder, su rostro revelando una seriedad inquietante. "Nivel 5," dijo, su voz temblando levemente al pronunciar el nivel de amenaza.


Las palabras resonaron en la sala con un eco inquietante. Los ojos del Papa, antes serenos y controlados, se agrandaron de forma evidente. La reacción fue instantánea y palpable; su sorpresa era evidente mientras sus ojos se abrían como platos, reflejando un miedo profundo y genuino. 

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