Kill demon, capitulo 1.

 Judith Chávez Levario, una joven de dieciséis años, de baja estatura, piel blanca y una belleza serena con ojos de color verde se encontraba en una zona rural de México. El sol de mediodía se filtraba a través de las hojas de los árboles, creando un juego de luces y sombras sobre el suelo polvoriento. La tierra, seca y agrietada por la falta de lluvia, estaba caliente bajo sus pies descalzos. Judith, con el cabello largo y castaño sudaba mientras trabajaba, la energía del calor y la tristeza mezclándose en su piel.


Con manos habilidosas, removía la tierra con una pala vieja, cada golpe de la herramienta resonaba en el silencio que rodeaba la pequeña parcela de terreno. El aroma a tierra húmeda, mezclado con el sutil aroma de las flores silvestres que bordeaban el lugar, llenaba el aire. En el fondo del hoyo ya excavado, se veía un simple ataúd de madera, rudimentario, en el que yacería su ya difunto tío, quien había sido su guía y protector desde su nacimiento.


El hombre que se hallaba en el ataúd había sido mucho más que un simple familiar para Judith; él era el pilar de su vida. La sombra del sufrimiento que ahora cargaba en su corazón era tan tangible como el peso de la pala en sus manos. Había aprendido de él sobre el arte de la sanación, las tradiciones ancestrales y el respeto a la naturaleza. Las enseñanzas del chamán que había sido su tío estaban profundamente arraigadas en su ser, y ahora ella estaba sola, con solo su conocimiento y la memoria de él para guiarla.


Judith tomó un momento para respirar profundamente, llenando sus pulmones con el aire caliente y seco del campo. Miró el ataúd, una simple caja de madera que parecía insignificante comparada con el vasto cielo azul que se extendía sobre ella. El horizonte, donde se unía la tierra con el cielo, era una línea difusa y cálida. El sol golpeaba de manera implacable, y ella podía sentir su calor en la espalda, acentuado por el esfuerzo físico y la angustia emocional.


El sol comenzó a descender lentamente, pintando el cielo con tonos naranjas y rojos. Judith, agotada, se arrodilló junto a la tumba recién cubierta y murmuró una oración en la lengua que su tío le había enseñado. La lengua de sus ancestros, cargada de un profundo respeto y amor por el mundo natural.


Con una última mirada al pequeño montículo de tierra que marcaba la última morada de su tío, Judith se levantó lentamente. Sentía la soledad aplastante de su nuevo mundo, un mundo que ahora debía enfrentar por sí sola. La noche comenzaba a caer, trayendo consigo el frío de la madrugada y el silencio profundo de la oscuridad. Judith, con el corazón pesado pero determinado, se encaminó hacia su hogar, el hogar que ahora sería también su refugio y su desafío, en el vasto y solitario campo mexicano.

La noche había caído en el solitario campo, sumiendo la casa de Judith en un profundo silencio interrumpido solo por el suave crujido de las viejas vigas de madera. La joven estaba sentada a la mesa de la cocina, una simple mesa de madera con una vela parpadeante que iluminaba el modesto espacio. En su plato había una mezcla de frijoles y tortillas, un alimento básico que comía sin mucho apetito. El cansancio y la incertidumbre sobre el futuro la agobiaban, y sus pensamientos giraban en torno a los desafíos que ahora enfrentaba sola.


De repente, una nube de humo comenzó a entrar por la ventana abierta, moviéndose con una rapidez inquietante. El humo se deslizó por el aire como un fantasma denso, llenando la habitación con un olor acridante y quemado. Judith, confundida y alarmada, intentó levantarse de la silla, pero el aire se tornó más espeso y difícil de respirar. La visibilidad disminuyó a medida que el humo envolvía todo a su alrededor. Con un sentimiento creciente de pánico, sintió sus fuerzas flaqueando hasta que, finalmente, cayó inconsciente sobre el suelo frío de la cocina.


Cuando despertó, lo primero que notó fue una sensación de calor intenso y un sonido crepitante. Sus párpados pesaban como si estuvieran hechos de plomo, y al abrirlos lentamente, se encontró en un lugar completamente diferente. Estaba en el centro de un círculo de fuego, una estrella de David formada por llamas ardientes que se extendían hacia el cielo nocturno, proyectando una luz rojiza que iluminaba la escena con un brillo inquietante. Las llamas bailaban en patrones intrincados, creando sombras danzantes en las paredes de lo que parecía una cueva o un refugio subterráneo.


Cuatro figuras encapuchadas rodeaban el perímetro del círculo de fuego. Sus capuchas ocultaban sus rostros, y sus ropajes oscuros absorbían la luz de las llamas, haciéndolos parecer sombras vivientes. Judith trató de incorporarse, su piel estaba húmeda con sudor frío y el aire estaba cargado con un aroma a azufre y algo metálico que la hacía sentir aún más desorientada.


Con voz intensas, Judith intentó preguntar a las figuras sobre lo que estaba ocurriendo, pero no obtuvo respuesta. Las figuras permanecieron inmóviles, observándola sin emitir un solo sonido. Sus movimientos eran lentos y deliberados, como si estuvieran esperando algo, o quizás, simplemente, no tuvieran intención de intervenir.


Judith miró alrededor, su corazón palpitaba con una mezcla de miedo y desesperación. La estrella de David de fuego la mantenía atrapada en su interior, y cada vez que intentaba caminar  se encontraba con un calor abrasador que la obligaba a retroceder.  

La noche avanzaba, y Judith, inmovilizada por el miedo y la confusión, se aferraba a la esperanza de que alguien, en algún momento, ofrecería una explicación a esta extraña situación.

Mientras Judith permanecía en el centro del círculo de fuego, las cuatro figuras encapuchadas comenzaron a recitar palabras en un idioma antiguo y desconocido. El murmullo de su cántico era monótono y siniestro, resonando en el aire con una cadencia ritual que parecía vibrar a través de su ser. Cada palabra pronunciada se sentía como una punzada en su mente, y el dolor pronto se convirtió en una tortura implacable. El ardor en su pecho se intensificó, como si unas llamas invisibles le quemaran por dentro.


La sensación de malestar se transformó en una rabia ardiente que Judith no había experimentado antes. Su furia se desbordó, y con cada palabra en el idioma arcaico, su enojo crecía, deseando que aquellos seres sin rostro sufrieran el mismo tormento que ella sentía. La ira se convirtió en una fuerza palpable, una energía oscura que la rodeaba y la envolvía. Sentía una presión creciente en su cuerpo, como si estuviera a punto de estallar, y su piel se tensó con una sensación eléctrica.


A medida que el dolor alcanzaba su cúspide, una transformación comenzó a ocurrir. Su cuerpo se distorsionó, adoptando una forma monstruosa. Sus brazos y piernas se alargaron y ensancharon, y sus ojos se tornaron de un rojo brillante, resplandeciendo con una furia demoniaca. La apariencia de Judith cambió drásticamente; su figura adquirió la forma de una criatura de Tazmania, pero de mayor tamaño y con un toque humanoide. Sus garras se extendieron, y su piel se volvió rugosa y oscura, como la de un animal salvaje que se prepara para atacar.


La estrella de David formada por el fuego parecía responder a su transformación. Las llamas se elevaron y se volvieron más intensas, creciendo en tamaño y furia a medida que las figuras encapuchadas intensificaban sus cánticos. El calor se volvió insoportable, y las llamas danzantes rodeaban a Judith, formando un muro de fuego casi impenetrable. El resplandor ardiente pintaba la cueva con un brillo infernal, proyectando sombras grotescas que se movían frenéticamente en las paredes.


Judith, con su nueva forma demoníaca, sentía un poder abrumador en sus garras y en su interior. Su rabia y deseo de liberarse la impulsaron a lanzarse hacia el muro de fuego, decidida a atravesarlo. Cada vez que intentaba acercarse, las llamas se intensificaban, y los cánticos de las figuras se volvían más frenéticos, como si intentaran desesperadamente mantenerla prisionera. Las figuras encapuchadas se movían alrededor del círculo, sus manos alzadas hacia el cielo, intentando contener la creciente fuerza de Judith.


A pesar de sus esfuerzos, Judith continuó avanzando. El muro de fuego comenzó a ceder bajo la presión de su fuerza demoníaca, las llamas se torcieron y se volvieron más erráticas. Finalmente, Judith atravesó la barrera de fuego con un rugido poderoso. Las llamas estallaron en una explosión de chispas y humo, y las figuras encapuchadas fueron arrastradas por la ola de calor y destrucción. Sus cuerpos se desintegraron en el aire, consumidos por el fuego y el caos que había desatado.


Cuando el fuego se extinguió y el humo se disipó, Judith permaneció de pie en medio de los escombros, su forma demoníaca desvaneciéndose gradualmente. 

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