El "mala suerte", capitulo 4.

 Fitzgerald nadaba hacia el interior del barco volcado, su cuerpo cortando el agua oscura con una velocidad que lo desconcertaba. Sentía el frío del océano envolviéndolo como un manto, pero no experimentaba el mismo agotamiento que usualmente acompañaba sus esfuerzos bajo el agua. Cada brazada era poderosa, fluida, como si el agua lo empujara más que resistirlo. A medida que avanzaba, la penumbra azulada se intensificaba, y el olor acre del metal oxidado se mezclaba con el sabor salado del mar que rozaba sus labios.


Los escombros flotaban en su camino, pero Fitzgerald los esquivaba con una agilidad sorprendente. Las sombras proyectadas por los restos del barco se movían como espectros, dándole la impresión de que algo lo acechaba desde las profundidades. Un escalofrío recorrió su columna, pero siguió nadando, su mente enfocada en encontrar una apertura que lo llevara a la bodega.


Después de lo que parecieron minutos eternos de búsqueda, se detuvo frente a una pared de metal corroído. No encontró ninguna entrada visible. La frustración se mezcló con la creciente sensación de que algo no estaba bien. Fue entonces cuando algo extraño llamó su atención. Al girar su cuerpo en el agua para reorientarse, vio sus manos, pero no eran como las recordaba. 


Donde deberían estar sus cinco dedos, solo había tres, alargados y delgados, como si hubieran sido estirados. Una ligera membrana conectaba los espacios entre ellos, dándoles una apariencia inhumana. Fitzgerald sintió su corazón latir con fuerza, un golpe sordo que resonó en sus oídos como un tambor dentro de su cráneo. El agua, que antes lo había envuelto con su frescura, ahora se sentía como un frío glacial, helando su sangre.


El pánico lo invadió. Sin pensarlo, impulsó su cuerpo hacia la superficie con una energía frenética. El agua se agitaba a su alrededor, burbujeando con cada brazada desesperada mientras su mente luchaba por procesar lo que había visto. ¿Cómo era posible? ¿Estaba alucinando? Los segundos se extendieron como horas hasta que finalmente rompió la superficie, jadeando por aire.


Peluchín lo recibió con un ladrido de bienvenida, su pequeña figura mojada y temblorosa esperando en la plataforma improvisada. El sonido familiar y reconfortante de su respiración entrecortada se mezclaba con el golpeteo rítmico del agua contra el casco del barco. Fitzgerald miró sus manos, esperando ver nuevamente esos dedos monstruosos, pero encontró solo sus manos normales, temblorosas, pero humanas.


Sus cinco dedos estaban intactos, normales en todos los sentidos. La membrana que había visto bajo el agua había desaparecido, como si nunca hubiera existido. Fitzgerald parpadeó, confundido. El aire frío acariciaba su piel, erizando cada centímetro de su cuerpo mientras su respiración se volvía más pausada. La desesperación comenzó a dar paso a la duda, preguntándose si todo había sido una ilusión creada por su mente fatigada o por algún tóxico en el agua.


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