El "mala suerte", capitulo 2.

 A la medianoche, Fitzgerald yacía en la plataforma inferior del barco volcado, envuelto en una manta raída que le ofrecía escaso alivio contra el frío penetrante del océano. El silencio de la noche era denso, roto únicamente por el ocasional crujido de la estructura metálica que se movía lentamente bajo el influjo de las olas. El poodle, acurrucado cerca de él, respiraba pesadamente, buscando calor en la compañía de Fitzgerald.


De repente, un temblor inesperado sacudió la plataforma. Fitzgerald se despertó sobresaltado, sintiendo cómo el barco comenzaba a rodar lentamente, el balanceo que antes había sido sutil se intensificaba. Con un esfuerzo considerable, se aferró a una esquina de la plataforma para evitar una caída descontrolada. La inclinación repentina lo obligó a usar todos sus músculos para mantenerse en su lugar, sus manos y pies buscando grietas en la superficie para agarrarse. El mareo y el frío se mezclaban con la adrenalina, dificultando aún más su equilibrio.


El temblor cesó tan abruptamente como había comenzado, pero Fitzgerald sabía que dormir más era imposible. La inquietud y el cansancio se mezclaban en su mente, dejándolo en un estado de vigilia forzada. Cuando la primera luz del amanecer comenzó a filtrarse a través de las rendijas del barco invertido, Fitzgerald se levantó con dificultad, estirando los músculos adoloridos y sacudiéndose el frío de los huesos.


Miró al poodle, que aún dormía enroscado en una esquina, y decidió que era hora de mejorar su situación. Con un suspiro de resignación y determinación, se dirigió a la parte más interior del barco, nadando con movimientos lentos y calculados para evitar que el balanceo lo lanzara contra los escombros flotantes.


La cocina, ahora en el nuevo "techo" del barco, estaba desordenada y llena de escombros flotantes. Fitzgerald se aferró a una cuerda caída que colgaba de una viga rota y comenzó a buscar más cuerdas entre los restos. Encontró varias tiras resistentes que había que limpiar de la mugre y la sal. Con paciencia, las fue atando a diferentes puntos de la estructura metálica, creando una red improvisada que daría soporte a una plataforma de madera.


Finalmente, Fitzgerald encontró una tabla de madera en un cuarto que estaba parcialmente seco. Con esfuerzo, la levantó y la arrastró hasta el área donde había asegurado las cuerdas. La madera, aunque cubierta de polvo y humedad, prometía una base más estable para descansar.


Usando las cuerdas, Fitzgerald aseguró la plataforma al marco del barco. Cada nudo estaba hecho con cuidado, su mano temblorosa moviéndose con la precisión de la necesidad. La plataforma, al principio tambaleante, pronto se estabilizó, ofreciendo una superficie relativamente plana en medio del caos.


Con el trabajo terminado, Fitzgerald miró satisfecho su creación. El poodle, al sentir el cambio de ambiente, se estiró y caminó hacia la nueva cama improvisada. Fitzgerald, agotado pero aliviado, se acomodó junto al perro, el calor de su cuerpo ofreciéndole un pequeño consuelo. Mientras se acurrucaba en la plataforma, el sueño tardó en llegar, pero la sensación de seguridad provisional le ofreció un descanso merecido en medio de la vasta oscuridad del mar.

Cuando el sol comenzó a elevarse sobre el horizonte, Fitzgerald se encontraba en la plataforma inferior del barco, que ahora servía como el nivel más bajo del casco invertido. El frío persistente de la noche había dado paso a una tenue luz matutina, pero el clima no ofrecía promesas de alivio. El mar seguía en calma inquietante, y un ligero vaivén del barco recordaba a Fitzgerald la inestabilidad de su entorno.

Algo le llamó la atención: el hecho de que, a pesar de estar en plena temporada de tormentas, no había llovido ni una sola vez desde que el barco se volcó. La atmósfera estaba cargada con nubes grises, pero la lluvia se había mantenido ausente. Este pequeño detalle comenzó a inquietarlo, un signo más de que la situación estaba lejos de mejorar. 


De repente, un ruido sutil y alegre interrumpió sus pensamientos. Miró hacia la escotilla, donde el poodle había salido arrastrando algo. Fitzgerald se acercó con interés, y el perro, con su pelaje aún algo mojado pero ya más seco, depositó con cuidado una pequeña botella de agua en el suelo. La botella estaba algo sucia, pero su contenido era claramente valioso.


Fitzgerald se inclinó para examinar el regalo inesperado, sus manos temblorosas al tomar la botella. "¡Gracias, amigo!" dijo con una sonrisa de alivio, su voz rasposa por la falta de agua y la tensión. Observó al poodle con admiración, notando el brillo de inteligencia en sus ojos y la forma en que parecía comprender la importancia del momento.


" eres inteligente," continuó, acariciando la cabeza del perro con cariño. "Te voy a llamar Peluchín"


Peluchín movió la cola con entusiasmo al oír su nuevo nombre, y Fitzgerald se sintió reconfortado por la compañía y el gesto del perro. La botella de agua, aunque pequeña, era un rayo de esperanza en la penumbra de su situación. Abrió la botella con cuidado, apreciando el sonido del tapón al girar. El agua, fresca y clara, fue un alivio inmediato para su sed, cada sorbo restaurando un poco de su energía y determinación.

A medida que el sol avanzaba lentamente en el cielo, llenando el interior del barco con una luz que se filtraba a través de las rendijas del casco volcado, Fitzgerald se acomodó en la plataforma improvisada. El alivio temporal proporcionado por el agua y el consuelo de Peluchín le permitieron una breve pausa para sus pensamientos. Con un suspiro profundo, se permitió sumergirse en recuerdos que parecían tan lejanos y distantes como el horizonte.


En su mente, el frío del mar y el vaivén del barco se desvanecieron, reemplazados por el calor de un hogar en un pasado que se sentía cada vez más irreal. Imaginó la cocina de su casa, con la luz dorada de una tarde soleada bañando las paredes. El aroma de los pasteles recién horneados se mezclaba con el aroma a café, creando una atmósfera cálida y reconfortante. En el centro de esta imagen, su madre estaba allí, de pie frente a él, con una sonrisa cálida y una mirada de preocupación en sus ojos.


Recuerda su voz, suave pero firme, mientras lo abrazaba antes de su partida. "Prométeme que volverás vivo," le dijo, con una mezcla de amor y ansiedad en su tono. Era un recuerdo vívido, como si pudiera sentir el roce de sus manos en sus hombros y la calidez de su abrazo. Fitzgerald había prometido que regresaría, sus palabras estaban llenas de una certeza que ahora parecía frágil y lejana.


El sonido del mar que llegaba a través de las rendijas y el murmullo de las olas se entrelazaban con el eco de esas palabras. El contraste entre la realidad del momento y el recuerdo de la promesa lo golpeó con una intensidad dolorosa. La luz que entraba por las rendijas del barco se filtraba en tonos grises y azules, acentuando la sensación de desolación y añoranza.


Fitzgerald se preguntó si aún era posible cumplir con aquella promesa. 

Miró a Peluchín, que estaba acurrucado cerca, buscando refugio en su compañía. El perro parecía entender, con sus ojos grandes y expresivos, y Fitzgerald encontró un consuelo en la lealtad inquebrantable del pequeño animal. 

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