El "mala suerte", capitulo 1.

 En la cocina de la embarcación, Fitzgerald trabajaba con la dedicación de un chef que conoce cada rincón de su cocina. Los aromas de la cena se mezclaban en el aire, una combinación tentadora de especias y mariscos frescos. La luz de la lámpara parpadeaba suavemente, proyectando sombras danzantes sobre las paredes metálicas.


De repente, un estruendo sacudió el barco. Fitzgerald sintió cómo el suelo bajo sus pies se inclinaba abruptamente, y un ruido ensordecedor llenó el ambiente. Las olas golpeaban con furia la embarcación, y el capitán, con voz grave y urgente, dio órdenes de prepararse para la tormenta que se desataba en el horizonte.


Las luces parpadeaban más intensamente ahora, y los utensilios de cocina, que un momento antes estaban ordenados, se estrellaban contra las superficies. Fitzgerald, con el corazón acelerado, intentó aferrarse a la encimera mientras el barco se balanceaba violentamente. Un rugido final, más potente que el resto, precedió al caos absoluto: un remolino poderoso golpeó el barco, lanzándolo al revés.


De pronto, todo se desvaneció en la oscuridad. Fitzgerald se encontró en medio de una inundación de agua salada, el barco claramente invertido. El silencio era abrumador, roto solo por el sonido persistente del agua corriendo. Sentía el frío de las aguas en su piel y la presión del agua que lo rodeaba. Con un esfuerzo desesperado, comenzó a nadar hacia arriba, la sensación del agua en sus pulmones haciendo que cada respiración fuera un desafío.


Cuando finalmente emergió, lo que vio era un panorama completamente diferente. La cocina, que antes estaba llena de vida y actividad, ahora era una grotesca visión de muebles y equipos flotantes, desordenados en la nueva posición del barco. Los utensilios estaban esparcidos por el suelo del techo, y los gabinetes se abrían como bocas silenciosas en la oscuridad.


Fitzgerald logró salir a la plataforma inferior, ahora convertida en el nuevo nivel de la embarcación. Aquí, el agua era sorprendentemente tranquila, una calma inquietante después del caos. El barco se mantenía en una posición inestable, pero no había signos inmediatos de tierra o de otro barco cercano. Fitzgerald se asomó por el borde de la plataforma, tratando de enfocar su vista en la inmensidad negra que rodeaba la embarcación.


La inmensidad del océano se extendía hasta el horizonte, sin una sola luz o señal de esperanza. La oscuridad era profunda y absoluta, y el cielo sobre él estaba cubierto por nubes densas que impedían cualquier indicio de estrellas. Cada ola que pasaba parecía una advertencia de la soledad y el aislamiento que ahora enfrentaba.


Algunas horas después del caos inicial, Fitzgerald estaba sentado en la plataforma inferior del barco, la cual ahora servía como el nivel más bajo de la embarcación invertida. El frío del agua había penetrado hasta sus huesos, y el silencio del entorno era inquietante, solo interrumpido por el ocasional crujido del barco y el murmullo de las olas.


De repente, un sonido rompió la monotonía: ladridos. Era un sonido lejano y persistente, apenas audible sobre el rugido de las olas. Fitzgerald frunció el ceño, incrédulo. ¿Podía ser que alguien más estuviera atrapado en el barco? El ladrido era cada vez más claro, una señal desesperada que le decía que había algo o alguien más en la embarcación.


Decidido a investigar, Fitzgerald se dirigió hacia una de las habitaciones cerradas en la sección invertida del barco. La puerta, que normalmente se abriría hacia arriba, estaba ahora sellada contra el agua. Con un esfuerzo considerable, logró abrirla, revelando un interior oscuro y parcialmente inundado. La luz de su linterna parpadeó en el espacio estrecho, iluminando muebles flotantes y escombros que se habían acumulado contra las paredes.


Los ladridos eran ahora más intensos y cercanos, resonando en el espacio cerrado. Fitzgerald nadó hacia el fondo de la habitación, buscando el origen de los sonidos. Entre los escombros y el agua, sus ojos finalmente encontraron una pequeña figura temblorosa: un poodle fresh, con el pelaje esponjoso y mojado. El perro estaba atrapado en una esquina, con sus grandes ojos marrones mirando a Fitzgerald con una mezcla de miedo y esperanza.


Con cuidado, Fitzgerald levantó al poodle, que se movió con una mezcla de alivio y ansiedad. El perro, a pesar de su pelaje empapado, parecía aún tener una energía contagiosa. Fitzgerald se aferró a él con firmeza, tratando de mantenerlo lo más seco posible mientras nadaban de regreso a la plataforma inferior.


El trayecto de regreso no fue fácil. Las aguas agitadas y la inclinación del barco hacían que cada movimiento fuera más complicado. Fitzgerald tuvo que luchar contra la corriente, usando la fuerza de sus brazos para mantener el equilibrio mientras se arrastraba hacia la plataforma invertida.


Finalmente, alcanzaron la plataforma, ahora en la parte inferior del barco, y Fitzgerald se desplomó sobre la superficie, agotado pero aliviado. El poodle, tembloroso y mojado, se acurrucó junto a él, buscando calor. Fitzgerald miró alrededor, tratando de encontrar algún lugar seco donde el perro pudiera refugiarse. Sus pensamientos estaban llenos de preocupación, no solo por su propia supervivencia, sino por el bienestar de la pequeña criatura que había rescatado.

La noche cayó lentamente sobre el barco volcado, envolviendo el mar en una oscuridad opaca. Fitzgerald, exhausto pero incapaz de cerrar los ojos, se encontraba tendido en la plataforma invertida. El frío se había asentado en sus huesos, y el hambre comenzaba a hacer mella en su concentración. El estómago de Fitzgerald rugía con una persistencia casi desesperada, un recordatorio constante de la falta de comida desde el comienzo de la tormenta.

el ocasional crujido del barco se convirtió en una melodía inquietante en la oscuridad. Mientras Fitzgerald luchaba por mantener la calma, sus pensamientos vagaban hacia una pequeña rejilla que había notado en la plataforma. La rejilla, con un aspecto anodino y funcional, parecía un posible recurso en su situación desesperada. Sin embargo, el espacio era demasiado pequeño para él, pero no para el poodle fresh que había encontrado y salvado.


Mirando al perro que dormía acurrucado cerca, Fitzgerald se dio cuenta de que podría ser su única esperanza de encontrar algo de comida. Con un esfuerzo, se levantó, tratando de sacudirse el frío y la fatiga. Caminó hasta la rejilla y, con las manos temblorosas, intentó abrir la pequeña compuerta. La rejilla estaba sellada con una tapa metálica que debía levantarse con cuidado. 


Con un chirrido metálico, la tapa se movió, revelando un túnel estrecho que se adentraba en la oscuridad. Fitzgerald miró al poodle y le indicó que entrara. El perro, reconociendo la urgencia en la voz de su salvador, se metió en el túnel con una agilidad sorprendente. Fitzgerald observó cómo el pequeño animal se deslizaba hacia la oscuridad, su pelaje esponjoso brillando débilmente bajo la escasa luz de la linterna.


Cada segundo parecía una eternidad mientras Fitzgerald esperaba. Los sonidos del mar y el susurro de la tormenta se mezclaban con el latido de su corazón. El hambre y la ansiedad le hicieron sentir cada instante más largo. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, el poodle apareció de nuevo en la apertura de la rejilla. En su hocico traía una caja de galletas, parcialmente empapada pero intacta.


Fitzgerald sintió una ola de alivio y gratitud al ver la caja. Con manos temblorosas, tomó la caja del poodle, agradecido por su esfuerzo. Abrió la caja con cuidado, revelando unas galletas secas, aún envueltas en su papel original. El olor a galleta, aunque tenue y mezclado con el aroma a humedad, fue una bendición para Fitzgerald.


Tomó una de las galletas y la mordió con avidez, el sabor seco y algo salado aliviando su estómago hambriento. Cada bocado era una mezcla de gratitud y alivio, un pequeño lujo en medio de la adversidad. Mientras comía, el poodle se acurrucó a su lado, mirando con curiosidad y esperanza. 


Fitzgerald compartió la comida con el perro, rompiendo las galletas en pedazos más pequeños para él. La pequeña sesión de compartir comida y compañía se convirtió en un momento de reconfortante normalidad, un pequeño respiro en medio de la vasta oscuridad y el silencio abrumador del mar. 

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