La guerra, capitulo 5.

 Jesús Manso Smith se hallaba recorriendo los majestuosos pasillos del Palacio Imperial, maravillado por la opulencia que lo rodeaba. Los pisos de mármol relucían bajo la luz de los candelabros de cristal que colgaban del techo, proyectando destellos de colores por todas partes. Las paredes estaban adornadas con tapices intrincadamente bordados que representaban escenas de gloriosas batallas y triunfos del imperio. A lo lejos, se oía el susurro de fuentes decorativas y el suave murmullo de los cortesanos conversando en voz baja.


Mientras caminaba, inhaló profundamente el aroma de flores frescas y especias exóticas que flotaba en el aire, transportado desde los jardines imperiales a través de ventanas abiertas. La mezcla de fragancias era embriagadora, un recordatorio constante del lujo y la elegancia del entorno en el que ahora vivía.


En otra parte del palacio, su esposa se hallaba feliz compartiendo tiempo con su comadre. Reían y charlaban animadamente, sus voces resonando en los amplios salones. La comadre, con una expresión de asombro y alegría, escuchaba las emocionantes historias de su amiga sobre el nuevo mundo que ahora habitaban. La esposa de Jesús no podía ocultar su alegría al pensar en el futuro brillante que les aguardaba. Sus hijos, que antes apenas soñaban con una educación decente, ahora asistirían a las mejores escuelas del imperio, rodeados de los hijos de nobles y dignatarios.


Mientras Jesús seguía explorando, se detuvo en un gran ventanal que daba al jardín central. Observó cómo la brisa movía suavemente las hojas de los árboles y los pétalos de las flores, creando un cuadro de serena belleza. El sonido distante de los pájaros y el zumbido de los insectos añadían una sinfonía natural al ambiente palaciego.


De repente, un ruido de pasos apresurados rompió su ensueño. Se giró para encontrarse cara a cara con el Ministro de Mensajeros, un hombre de mediana edad con un semblante severo y unos ojos que no ocultaban su impaciencia.


"Smith, necesito que lleves este envío de inmediato," ordenó el ministro, extendiendo un paquete envuelto en seda con el sello del ministerio.


Jesús miró el paquete y luego al ministro con una expresión de duda. "¿Es un encargo de la emperatriz?" preguntó con voz firme.


El ministro frunció el ceño, visiblemente molesto. "No, pero es urgente y requiere tu atención inmediata."


Jesús sacudió la cabeza con calma. "Lo siento, pero no puedo hacerlo. Soy el mensajero personal de la emperatriz y solo puedo salir del palacio con su permiso explícito."


"¡Eres un mensajero! Es tu deber llevar los envíos que se yo te asigne como ministro de mensajería," insistió el ministro, su tono aumentando en irritación.


Jesús mantuvo la compostura, hablando con una calma imperturbable. " ministro, la emperatriz fue muy clara. Tengo una orden estricta de no ausentarme del palacio a menos que ella firme un pase de salida. Si considera este envío tan importante, debe convencerla de su urgencia."


El rostro del ministro se enrojeció de frustración. "Esto es ridículo," murmuró entre dientes, girándose bruscamente para marcharse.

Mientras tanto, en una sala del trono iluminada por los destellos cálidos de antorchas y candelabros, la emperatriz Galaxa y el General Solárium se encontraban enfrascados en una conversación seria. La habitación estaba impregnada de un suave aroma a incienso y flores frescas, creando un ambiente solemne y sereno que contrastaba con las tensiones que enfrentaban.


Galaxa, sentada en su trono tallado en madera dorada y adornado con terciopelo púrpura, mantenía una postura regia pero relajada. Sus ojos oscuros y penetrantes observaban al General Solárium, quien se encontraba de pie a su lado, con las manos cruzadas a la espalda y una expresión de profundo pensamiento en su rostro severo.


"La habilidad de Jesús es aún más extraordinaria de lo que imaginaba," comenzó Solárium, su voz resonando con gravedad en la espaciosa sala. "Al principio pensé que se trataba del mejor piloto del SSA, pero ahora creo que es probable que estemos ante el mejor de la galaxia."


Galaxa asintió ligeramente, sus dedos jugueteando con el borde de su túnica de seda. "Puedo imaginar lo que estás pensando, Solárium, pero él no irá a la guerra."


El general miró a la emperatriz, su expresión endureciéndose ligeramente mientras pensaba en que tarde o temprano Jesús sería decisivo en el futuro del SSA, y en las batallas y peligros que probablemente le deparaba el futuro.

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