La guerra, capitulo 4.

 En la pequeña colonia de la flotilla en el planeta de los volcanes, el príncipe William había sido recibido. El aire era denso con el olor metálico de la inactividad volcánica.


Dentro de una modesta habitación, William descansaba pacíficamente en una cuna improvisada. La luz débil de una lámpara alimentada por energía solar filtraba a través de las rendijas de las ventanas, creando sombras cambiantes en las paredes rugosas de piedra. El sonido sordo pero constante del río de lava cercano resonaba débilmente, como un latido lejano del planeta.


Mientras tanto, en un bar de la colonia, Jesús Manso Smith disfrutaba de su reciente pago con un trago tras otro. El alcohol quemaba su garganta y embriagaba su mente, ofreciéndole un breve respiro de las tensiones de su vida como piloto errante. La atmósfera del bar era ruidosa y vibrante, llena de conversaciones en diversos idiomas alienígenas y el murmullo constante de la música de fondo, una mezcla ecléctica de ritmos galácticos.


La cartera de Jesús, pesada por el crédito recién adquirido, descansaba aparentemente segura en el bolsillo interior de su chaqueta. Ajeno a cualquier peligro, se relajó más en su silla, sus ojos vidriosos enfocados en la danza de las llamas azules que decoraban el bar. El olor a humo de tabaco alienígena se mezclaba con el aroma amargo del licor derramado en el suelo.


Sin embargo, en la penumbra, un par de manos hábiles se deslizaron sigilosamente en su dirección. Un ladrón experimentado, acostumbrado a los recursos improvisados del planeta, había identificado a su presa. Con movimientos rápidos y precisos, extrajo la cartera del bolsillo de Jesús sin causar ningún alboroto. El piloto continuaba ajeno, sumergido en su mundo de borrachera momentánea.

Días después:

En los majestuosos pasillos del Palacio Imperial, la emperatriz Galaxa extendió con gracia un pergamino hacia Jesús Manso Smith. El papel, meticulosamente redactado en tinta dorada sobre seda imperial, llevaba el sello oficial de la corona. La habitación resonaba con un silencio reverencial, solo interrumpido por el suave crujido de las antorchas y el lejano rumor de los cortesanos en el exterior.


Jesús recibió el pergamino con reverencia, sintiendo el peso de las palabras escritas por la emperatriz. Una mezcla de gratitud y asombro brilló en sus ojos mientras deslizaba sus dedos sobre las letras cuidadosamente trazadas. El aroma de incienso y flores frescas llenaba el aire, creando un ambiente solemne y ceremonial en la sala.


Días después, en la modesta casa de Jesús en la ciudad de los piratas, la realidad cotidiana contrastaba fuertemente con la opulencia del palacio de Big african. Su esposa, una mujer robusta con manos fuertes y ojos agudos, lo recibió con una mezcla de alivio y reproche.


"¿Por qué tardaste tanto, Jesús?", preguntó ella directamente, su voz resonando en la pequeña cocina donde preparaban la cena. "Llevas más de un mes fuera."

Jesús se quitó la chaqueta, cansado pero satisfecho, y respondió con una sonrisa: "Estaba trabajando."


"¿Y dinero? ¿Trajiste algo de dinero?", inquirió ella con ansiedad evidente mientras revolvía la olla en la estufa.


Jesús se acercó a ella con paso firme y sacó el pergamino del bolsillo interior de su chaqueta. "Tengo algo mejor que dinero", dijo con orgullo, presentándole el documento con el sello imperial.

Nuestros hijos no comen papel"-dijo ella.


Jesús sacudió la cabeza con determinación. "Es un empleo, no solo un trozo de papel. Y no cualquier empleo."


Ella resopló, cruzando los brazos sobre el pecho. "Nadie te daría trabajo por mas de una miseria, Jesús. Mi madre me lo advirtió, que no me casara con un inútil."


Jesús mantuvo la compostura, sosteniendo el pergamino con firmeza. "Mira bien, esposa mía", dijo con voz suave pero firme. "Estás frente al nuevo Mensajero Imperial."

Quítate, lo tapas"-dijo ella.

Yo soy"-dijo Jesús.

"Voy a llamar a mi comadre", anunció finalmente, necesitando la confirmación de alguien más para creer en la realidad de la situación. Sin decir una palabra más, tomó su comunicador y marcó rápidamente el número de su amiga.


Pocos minutos después, la comadre llegó apresurada, con ojos curiosos y expresión escéptica. Revisó el pergamino con detenimiento, girándolo de un lado a otro, examinando el sello y las líneas cuidadosamente trazadas. Finalmente, levantó la mirada con una sonrisa astuta.


"Es legítimo", dijo con seguridad. "Y podría jurar que esta es la caligrafía de la emperatriz misma."

Lo es"-dijo Jesús.

La comadre soltó un suspiro de incredulidad. "¿Cómo puedes estar seguro?"


 "Yo estuve ahí", respondió Jesús en voz baja. "Vi cómo la emperatriz escribía esas palabras."

"Tendrá un salario comparable al de un ministro o general"-dijo la comadre.

Jesús asintió, tratando de mantener la calma mientras sujetaba a su esposa para evitar que se desmayara. "Es verdad. Es lo que dice aquí."


La comadre intervino con una sonrisa juguetona. "Probablemente los veamos viviendo en ciudad Imperial pronto."


La esposa de Jesús se volvió hacia él con ojos enormes llenos de asombro y esperanza. "¿En serio? ¿Viviremos en ciudad Imperial?"


Jesús negó con la cabeza, corrigiéndola suavemente. "No, amor. en el Palacio Imperial."


La esposa de Jesús casi se desmayó ante la idea. "¿Yo? ¿En el Palacio Imperial?"



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