La guerra, capitulo 2.

 En la vasta cámara de audiencias en "Big African", la emperatriz Galaxa se mantenía erguida, su figura imponente iluminada por la suave luz azulada de los holoproyectores que flotaban en el aire. A su lado, el General Solárium observaba con semblante severo, su presencia imponente y su uniforme militar pulcro contrastaban con el palpable aire de tensión en la sala.


El holograma del Canciller de Nueva Europa se materializó frente a ellos, un espectro etéreo de un hombre maduro.


"Emperatriz galaxa," comenzó el Canciller, su voz resonando a través de la sala con una mezcla de firmeza y pesar. "La incursión en nuestra embajada y la ejecución del Embajador son acciones que no podemos ignorar. Esto es prácticamente una declaración de guerra."


Galaxa mantuvo su mirada fija en el holograma, su mandíbula tensa mientras respondía con una voz fría pero cargada de furia contenida. "Nueva Europa es responsable de la muerte de un ministro. Sus acciones han desencadenado consecuencias inevitables."


El Canciller frunció el ceño, su gesto de incredulidad apenas visible. "fue ejecutado por lastimar a un político. No éramos conscientes de que aquel individuo ocupaba un cargo oficial en su gobierno."


La emperatriz apretó los puños, sus ojos oscuros brillando con intensidad. "La culpa recae en ustedes por no mantener un control estricto en un planeta tan pequeño como el suyo."


El holograma del Canciller parpadeó por un momento antes de desvanecerse lentamente, dejando la sala en un silencio cargado. Galaxa se giró hacia el General Solárium, quien la observaba con una mezcla de preocupación y lealtad inquebrantable.


"Prepare a nuestras fuerzas, General," ordenó Galaxa con voz firme pero sombría. "No podemos permitir que Nueva Europa escape de sus responsabilidades. Nos preparamos para la guerra."


Meses después del inicio de las hostilidades, la situación entre el imperio SSA y Nueva Europa se había intensificado de manera alarmante. Los embajadores en ambos planetas habían sido encerrados masivamente, aumentando la tensión y la desconfianza. Mientras tanto, en un hospital imperial, la joven emperatriz se encontraba atendida por los mejores médicos del imperio, a punto de dar a luz. 


El ambiente en la sala de maternidad era sereno, a pesar de la gravedad de la situación. Las paredes, cubiertas de un suave tono celeste, reflejaban la luz tenue de los monitores médicos que emitían pitidos rítmicos. La emperatriz, recostada sobre una cama blanca y esponjosa, respiraba profundamente, su mirada fija en el techo mientras sentía las contracciones cada vez más fuertes.


"Mi pequeño," murmuró galaxa. "Te prometo que Nueva Europa pagará por la ausencia de tu padre. Su muerte no quedará impune."


En una estación espacial neutral, una reunión se había organizado con el propósito de discutir el intercambio de embajadores. La atmósfera en la sala de conferencias era tensa y cargada de desconfianza. A través de las grandes ventanas panorámicas se podía ver el vacío estrellado del espacio, un recordatorio constante de la inmensidad y la fragilidad de la paz.


Un viejo político uropense, de semblante arrugado y ojos calculadores, se levantó para hablar. "La emperatriz es una niña caprichosa," dijo con desdén. "Capaz de declarar la guerra por minucias."


El General Solárium, presente en la reunión en representación del SSA, sintió un fuego de ira encenderse en su pecho. La mención de la muerte de su hijo como una "minucia" era una afrenta intolerable. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, se encendieron con furia contenida.


"¡Cómo te atreves, maldito uropense muerto de hambre!" rugió Solárium, levantándose de su asiento. "No tienes derecho a hablar sobre la emperatriz".


El político uropense, con un gesto desafiante, sacó un arma pequeña pero letal de su túnica. Antes de que pudiera apuntar, Solárium, con la rapidez y precisión de un soldado veterano, desenfundó su propia pistola láser y disparó. El rayo de energía azul atravesó el pecho del político, que cayó al suelo con un grito ahogado, sus ojos abiertos en una expresión de sorpresa y dolor.


El caos estalló en la sala de conferencias. Los delegados de ambas partes se levantaron precipitadamente, algunos buscando refugio, otros sacando armas propias. Los guardias imperiales y los uropenses se enzarzaron en una trifulca violenta, los disparos resonando en el aire reciclado de la estación espacial.


Solárium, con su rostro endurecido por la rabia y la pena, miró a su alrededor mientras los sonidos de la batalla llenaban la sala. La negociación, destinada a ser una esperanza para la paz, se había convertido en un campo de batalla. 



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