La guerra, capitulo 1.

 En la vastedad del espacio, tras el éxodo que llevó a la humanidad a abandonar la Tierra, dos sociedades se alzaron como pilares en el universo conocido: el SSA, un imperio monárquico que dominaba ocho colosales planetas, y Nueva Europa, un diminuto mundo con una democracia vibrante y un avance tecnológico sin igual.


En "Big African", la capital imperial del SSA, resonaban los ecos de la coronación de la única hija del difunto emperador. La ciudad elitista irradiaba grandiosidad pero también una sombra de una abismal desigualdad social,  La joven emperatriz, alta y delgada con piel pálida y cabello negro como la noche, se erguía en el centro de un salón ceremonial. 


Mientras tanto, en Nueva Europa, un joven ministro de Big african (biggense), secretamente amante de la emperatriz, se encontraba inmerso en una acalorada discusión con un político uropense. 

De repente, la disputa alcanzó un punto crítico. Las palabras se convirtieron en puñales verbales y las miradas envenenadas en furtivos intercambios de desdén. Sin previo aviso, el ministro, impulsado por la pasión y el ímpetu del momento, lanzó un gesto de desafío. El político uropense, tomado por sorpresa, reaccionó con una furia contenida, y la confrontación se volvió física. La mesa de conferencias tembló cuando se enzarzaron en una trifulca.

Tiempo después:

La noticia de la ejecución del ministro Biggense se extendió como un incendio en Nueva Europa. En la vasta cámara de la emperatriz en "Big African", la capital imperial del SSA, la joven soberana miraba con horror la grabación holográfica de la ejecución.


A su lado, el General Solárium, su suegro, un hombre de complexión robusta y mirada severa, observaba la escena con una mezcla de incredulidad y rabia contenida. Sus cabellos grises y su uniforme militar impecable denotaban décadas de servicio y lealtad al imperio. Se acercó a la emperatriz con paso firme pero cuidadoso, consciente de su papel.


"Esto no es justo, majestad", murmuró Solárium con voz grave y resonante. "mi hijo no merecía morir, era un buen muchacho."


La emperatriz asintió con tristeza, su mano temblando ligeramente mientras tocaba el vientre donde un pequeño bulto apenas visible prometía el futuro de su linaje. "No lo merecía", susurró con voz entrecortada. "Pero los uropenses pagarán por esto."

La emperatriz volvió a mirar la grabación holográfica, su mandíbula tensa y los dedos apretados contra la superficie pulida de la mesa. En su mirada había una determinación feroz, mezclada con la sombra del dolor y la pérdida reciente. El futuro del imperio y su hijo no nacido dependían de sus decisiones en los días venideros, decisiones que tendrían repercusiones que resonarían a través de los confines del universo conocido.

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