El hijo prodigo y el angel de la muerte, capitulo 3.

 William y Ángel se hallaban en el interior de un enorme túnel, cuyas paredes de roca rugosa reflejaban la luz de las antorchas que colgaban de manera intermitente. El aire era frío y denso, impregnado con un olor metálico y terroso. 


Mientras avanzaban, William no pudo evitar notar la cantidad de insectos muertos esparcidos por el suelo. Algunos eran pequeños y frágiles, mientras que otros eran criaturas más grandes con caparazones gruesos y extremidades afiladas. La visión era perturbadora, y un mal presentimiento se instaló en su mente.


"¿Por qué hay tantos insectos muertos aquí?", preguntó William, su voz reflejando la inquietud que sentía. "¿Puede haber algún elemento tóxico?"


Ángel, sin dejar de caminar, respondió con una calma inquietante: "Ese elemento tóxico es el filo de mi espada."


William lo miró con incredulidad. "¿A qué te refieres?"


"Yo los maté," dijo Ángel sin vacilar, su voz carente de cualquier rastro de emoción.


William se detuvo por un momento, tratando de procesar la información. "¿Cómo es posible que un adolescente que no pesa más de cincuenta kilogramos haga tal cosa?"


Ángel giró ligeramente la cabeza, sus ojos oscuros brillando bajo la luz tenue. "Es cuestión del chi."


Antes de que William pudiera responder, un chillido agudo resonó en el túnel, haciendo eco a través de la piedra. El sonido era extraño, como un lamento lejano y distorsionado. La piel de William se erizó.


"Un insecto," dijo Ángel, su tono tan tranquilo como siempre. "De los grandes."


"¿Cómo lo sabes?" preguntó William, su voz temblando ligeramente.


"La carnada que puse acaba de llorar," respondió Ángel, sus palabras provocando una sensación de horror en William.


"Carnadas... ¿Por qué pondrías carnadas?" William sentía su estómago revolverse ante la idea.


"Los insectos son útiles," dijo Ángel, sin ofrecer más explicación. Su tono era práctico, como si hablara de una simple tarea cotidiana.


William miró a su alrededor, buscando desesperadamente un lugar seguro. "¿Dónde nos esconderemos?"


Ángel negó con la cabeza. "Para que?"

William: para no salir heridos.

Angel: iré a matarlo.

El corazón de William latía con fuerza en su pecho. "Yo... yo me quedaré en un lugar seguro."


Ángel asintió, aceptando sin protestar.


William se sentó contra la pared fría y áspera, tratando de controlar su respiración. Desde su escondite, pudo ver a Ángel avanzar, su figura delgada y ágil moviéndose con una precisión y determinación asombrosas.


El túnel estaba ahora en silencio, excepto por el sonido distante de la lucha que se aproximaba. William apretó los puños, su mente luchando por comprender cómo aquel chico podía enfrentarse a esas criaturas con tanta valentía. El eco de sus pensamientos se mezclaba con el susurro del viento que se filtraba a través de las grietas en la roca, creando una sinfonía inquietante en la oscuridad del túnel.

Casi en la salida del túnel, Ángel se encontró cara a cara con un escorpión de no menos de tres metros de alto. La criatura, con su exoesqueleto brillante y negro, emanaba una presencia amenazante. Sus pinzas gigantes chasqueaban en el aire, y su cola, rematada con un aguijón afilado, se balanceaba peligrosamente de un lado a otro. 


William, escondido, observaba con asombro cómo Ángel se enfrentaba a la monstruosidad. La tensión en el aire era palpable, y el olor a tierra y metal se mezclaba con el sudor frío que perlaba su frente. Cada movimiento del escorpión resonaba en el túnel, el eco de sus pasos amplificando la amenaza que representaba.


Ángel no retrocedió. En lugar de eso, avanzó con una agilidad impresionante. Sus movimientos eran fluidos y precisos, como una danza mortal. Blandiendo su espada, un arma delgada y afilada, Ángel comenzó la batalla. El sonido del metal contra el exoesqueleto del escorpión era ensordecedor, un choque de titanes en el confinamiento del túnel.


William no podía apartar la vista. La rapidez y destreza de Ángel eran casi inhumanas. Cada golpe de la espada era calculado, apuntando a los puntos débiles del escorpión. Las pinzas del monstruo intentaban atrapar al joven, pero Ángel siempre se escabullía a tiempo, su figura delgada y ágil esquivando cada ataque con una precisión milimétrica.


El escorpión, enfurecido, lanzó su aguijón hacia Ángel con una velocidad mortal. Pero Ángel, anticipando el movimiento, se apartó en el último segundo, el aguijón pasando a milímetros de su rostro. El choque del aguijón contra la roca hizo temblar el túnel, esparciendo pequeñas piedras y polvo por todas partes.


Ángel aprovechó la oportunidad. Con un movimiento rápido y decisivo, saltó sobre el escorpión, su espada brillando bajo la luz tenue de las antorchas. Con un grito feroz, asestó un golpe mortal en la unión entre el cuerpo y la cola de la criatura. El escorpión se estremeció, emitiendo un chillido agudo y desesperado. Ángel, sin detenerse, realizó un corte final que atravesó la cabeza del monstruo, silenciando su amenaza de una vez por todas.


William, desde su escondite, sintió su corazón latir con fuerza. La batalla había terminado, pero su asombro no hacía más que crecer. Ángel se quedó un momento sobre el cadáver del escorpión, respirando con dificultad, su pecho subiendo y bajando rápidamente. La sangre viscosa del escorpión goteaba de su espada, mezclándose con el polvo del suelo.


Mientras observaba a Ángel, William no podía evitar preguntarse si el joven era realmente humano. La fuerza, la destreza y la valentía que había mostrado parecían más propias de un guerrero legendario que de un chico de quince años. 


William, escondido en una alcoba cercana, observaba con asombro cómo Ángel se enfrentaba a la monstruosidad. La tensión en el aire era palpable, y el olor a tierra y metal se mezclaba con el sudor frío que perlaba su frente. Cada movimiento del escorpión resonaba en el túnel, el eco de sus pasos amplificando la amenaza que representaba.


Ángel no retrocedió. En lugar de eso, avanzó con una agilidad impresionante. Sus movimientos eran fluidos y precisos, como una danza mortal. Blandiendo su espada, un arma delgada y afilada, Ángel comenzó la batalla. El sonido del metal contra el exoesqueleto del escorpión era ensordecedor, un choque de titanes en el confinamiento del túnel.


William no podía apartar la vista. La rapidez y destreza de Ángel eran casi inhumanas. Cada golpe de la espada era calculado, apuntando a los puntos débiles del escorpión. Las pinzas del monstruo intentaban atrapar al joven, pero Ángel siempre se escabullía a tiempo, su figura delgada y ágil esquivando cada ataque con una precisión milimétrica.


El escorpión, enfurecido, lanzó su aguijón hacia Ángel con una velocidad mortal. Pero Ángel, anticipando el movimiento, se apartó en el último segundo, el aguijón pasando a milímetros de su rostro. El choque del aguijón contra la roca hizo temblar el túnel, esparciendo pequeñas piedras y polvo por todas partes.


Ángel aprovechó la oportunidad. Con un movimiento rápido y decisivo, saltó sobre el escorpión, su espada brillando bajo la luz tenue de las antorchas. Con un grito feroz, asestó un golpe mortal en la unión entre el cuerpo y la cola de la criatura. El escorpión se estremeció, emitiendo un chillido agudo y desesperado. Ángel, sin detenerse, realizó un corte final que atravesó la cabeza del monstruo, silenciando su amenaza de una vez por todas.


William, desde su escondite, sintió su corazón latir con fuerza. La batalla había terminado, pero su asombro no hacía más que crecer. Ángel se quedó un momento sobre el cadáver del escorpión, respirando con dificultad, su pecho subiendo y bajando rápidamente. La sangre viscosa del escorpión goteaba de su espada, mezclándose con el polvo del suelo.


Mientras observaba a Ángel, William no podía evitar preguntarse si el joven era realmente humano. La fuerza, la destreza y la valentía que había mostrado parecían más propias de un guerrero legendario que de un chico de quince años. El silencio del túnel, ahora roto solo por el goteo de la sangre y la respiración de Ángel, amplificaba la incredulidad de William.


Ángel, notando la mirada de William, se volvió hacia él, sus ojos oscuros reflejando la luz de las antorchas. "¿Estás bien?" preguntó con una voz calmada, como si lo que acabara de suceder fuera lo más natural del mundo.


William asintió lentamente, aún tratando de comprender lo que había visto. "Sí," respondió, 

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