El enterrador: la gran batalla.

 Yosarian se hallaba en la mecedora improvisada, a la sombra de los altos árboles del planeta X. Era medianoche, y la oscuridad lo envolvía como un manto protector. A pesar de la calma superficial, cada fibra de su ser estaba alerta. Vestía su indumentaria militar completa: un uniforme negro y ajustado, diseñado para moverse con facilidad y ofrecer la máxima protección. Dos carrilleras en forma de X cruzaban desde su hombro hasta su torso, cargadas de municiones, listas para el combate.


En su mano derecha, Yosarian sostenía firmemente su arma favorita, una Won Chester 2887, una bestia híbrida que combinaba el poder de un calibre 50 rotatorio con la capacidad devastadora de un lanzagranadas. En su mano izquierda, empuñaba un arma de menor calibre, perfecta para disparos rápidos y precisos. Su cinturón, repleto de granadas y cartuchos adicionales, también llevaba un cuchillo de combate que casi parecía una espada, tan afilado y mortífero como él.


Los binoculares infrarrojos colgaban alrededor de su cuello, una herramienta esencial en la oscuridad opresiva del bosque alienígena. La noche estaba en su punto más oscuro, y el silencio era casi absoluto. La única luz provenía de las estrellas distantes y la tenue luminosidad de las plantas bioluminiscentes dispersas por el suelo del bosque.


De repente, Yosarian notó un cambio en el entorno. Las criaturas del bosque, que habían estado emitiendo sus suaves murmullos y crujidos, callaron abruptamente. El silencio se hizo más denso, más pesado. Cada sonido se amplificaba, cada crujido era un recordatorio de que algo estaba a punto de suceder. El oído entrenado de Yosarian captó un ligero crujido a su derecha, el sonido distintivo de una rama rompiéndose bajo el peso de algo —o alguien— que se aproximaba.


Sus sentidos se agudizaron, su cuerpo se tensó en anticipación. Llevó la mano a su oído y activó el minicomunicador. "Creo que es hora", murmuró en un tono apenas audible, consciente de que cualquier ruido podría delatar su posición.


La respuesta de Hack llegó casi instantáneamente. "Estoy listo", dijo, su voz llena de determinación y camaradería. En la distancia, Yosarian sabía que su amigo y compañero estaba preparado, esperando la señal para actuar.


Yosarian levantó su Won Chester con su poderoso brazo derecho, sintiendo la familiaridad y el peso del arma. Sin perder un segundo, comenzó a disparar hacia la dirección del ruido, sus ojos escaneando rápidamente el entorno mientras avanzaba. Cada disparo resonaba como un trueno en la quietud del bosque, el retroceso del arma sacudiendo su cuerpo con fuerza controlada. 


Girando su torso, Yosarian disparaba en diferentes direcciones, asegurándose de cubrir todos los ángulos posibles. La ráfaga de disparos iluminaba brevemente el entorno, revelando árboles imponentes y sombras que parecían moverse con vida propia. El aire se llenó del olor acre de pólvora, mezclándose con los aromas de la vegetación húmeda y la tierra fértil del planeta X.

Los disparos cesaron abruptamente, el eco de los últimos tiros desvaneciéndose en la inmensidad del bosque. La Guadaña, incansable, saltaba hacia adelante, sus movimientos rápidos y fluidos manteniendo la persecución implacable de Yosarian. Agotado y sin municiones, Yosarian lanzó su Weston Chester a un lado con frustración, escuchando el sonido metálico del arma al chocar contra el suelo. Su mente trabajaba rápidamente, evaluando sus opciones mientras preparaba sus armas más pequeñas, su corazón latiendo con fuerza en su pecho.


El silencio del bosque se tornó opresivo, cada crujido de las hojas bajo sus pies resonando como un trueno en sus oídos. Sentía la adrenalina recorriendo su cuerpo, agudizando sus sentidos. El aire estaba cargado de la humedad y el aroma de la vegetación, creando un ambiente denso y expectante. De repente, el insectoide emergió de las sombras, revelando su horripilante aspecto de mantis. Su exoesqueleto verde oscuro brillaba bajo la tenue luz, y sus enormes ojos multifacetados reflejaban una malicia inhumana.


 La Guadaña avanzaba con pasos carentes de alma, sus guadañas afiladas levantándose amenazadoramente. Cada movimiento del insectoide era meticuloso, emitiendo un sonido leve y chirriante. 


El instinto de Yosarian se activó cuando sintió el peligro inminente. Sus músculos se tensaron y su mente se enfocó en cada detalle del entorno. Justo en el momento en que La Guadaña dio un paso más, un delgado hilo se rompió bajo su peso. Un clic casi imperceptible resonó en el aire, seguido por el zumbido mortal de una ráfaga de flechas lanzadas desde las trampas cuidadosamente preparadas.


La Guadaña reaccionó con una velocidad asombrosa, su cuerpo moviéndose con una gracia letal para esquivar la mayoría de las flechas. Sin embargo, dos de ellas volaron hacia su dirección con precisión letal. Con un rápido movimiento, La Guadaña atrapó ambas flechas en el aire, rompiéndolas como si fueran meros palillos de dientes. El sonido seco de la madera al partirse resonó en el silencio, y el insectoide soltó un siseo de desdén.

Tras el ataque de las flechas, Yosarian había desaparecido en la densa vegetación del bosque. Su respiración agitada y el latido ensordecedor de su corazón eran los únicos sonidos que lo acompañaban mientras se ocultaba entre los árboles. Con movimientos sigilosos, se llevó el minicomunicador a la boca y susurró: "Hack, esto no está funcionando. La Guadaña parece indestructible."


La voz de Hack llegó nítida a través del dispositivo, cargada de urgencia. "Yosarian, no olvides que es orgánico. Por más fuerte que parezca, debe tener alguna debilidad."


Yosarian asintió para sí mismo, su mente trabajando febrilmente en busca de una nueva estrategia. Mientras tanto, la Guadaña seguía moviéndose con cautela, sus grandes ojos multifacetados escaneando el entorno. El crujido ocasional de las hojas y el suave susurro del viento en las ramas eran los únicos sonidos que se percibían. De repente, un crujido más fuerte resonó en el aire. La Guadaña había roto accidentalmente una rama bajo su peso.


Instantáneamente, dos troncos cortados y atados a cuerdas se deslizaron por el aire, moviéndose con una velocidad letal hacia la cabeza del insectoide. La Guadaña reaccionó con una rapidez casi sobrenatural, sus movimientos precisos y fluidos. Se inclinó y giró, esquivando los troncos con apenas un susurro de aire moviéndose a su alrededor.


Tras esquivar los troncos, La Guadaña continuó su implacable persecución de Yosarian. pero nuestro protagonista no dejaba de alejarse.

El sonido de un paso más cerca le puso en alerta máxima. La Guadaña estaba casi encima de su oponente, una piedra fue pateada, su ruido claro y resonante en el silencio. De la nada, una masa esférica con picos apareció, balanceándose peligrosamente cerca de la cabeza de La Guadaña. La criatura, con reflejos rápidos, saltó hacia adelante para evitar el proyectil.


Pero su victoria fue efímera. Al aterrizar, el suelo bajo La Guadaña cedió, hundiéndose de repente. La criatura cayó en una trampa oculta, su pierna izquierda atrapada por picos afilados que perforaron su exoesqueleto. Un chillido de dolor resonó en el aire mientras La Guadaña intentaba liberarse, cada movimiento aumentando su agonía.


Yosarian seguía alejándose, Su instinto de supervivencia le gritaba que siguiera luchando, pero la fatiga y la desesperanza comenzaban a ganar terreno. Se llevó el minicomunicador al oído y murmuró, con voz quebrada: "Hack, no sé cuánto más puedo aguantar. Estoy a punto de rendirme."


La voz de Hack respondió de inmediato, firme y alentadora. "¡No puedes rendirte ahora, Yosarian! Hemos enfrentado rivales comparables antes. La Guadaña, está cojeando. Eso significa que está herido."


Las palabras de Hack regresaron la confianza a Yosarian. La Guadaña luchaba por liberarse de los picos, su pierna sangrando con un líquido oscuro y viscoso. 


Cada paso de Yosarian resonaba con un eco de desafío. El olor a tierra llenaba sus fosas nasales, y el sonido de su propia respiración era un recordatorio constante de su humanidad frente a la monstruosidad a la que se enfrentaba. 

Cuando La Guadaña finalmente alcanzó a Yosarian, el aire se volvió denso con la tensión del inminente enfrentamiento. Yosarian, con el rostro sudoroso y los músculos tensos, levantó sus armas pequeñas. Disparó una tras otra, pero La Guadaña las esquivaba con una agilidad sobrenatural, cada movimiento era un borrón de velocidad y precisión. Las balas silbaban a través del aire, encontrando solo el vacío o rebotando inofensivamente en el exoesqueleto de la criatura.


Cada disparo inútil aumentaba la desesperación de Yosarian. Cuando su última arma se descargó, el click vacío del gatillo fue un sonido desalentador. Sin embargo, algo llamó su atención: un líquido verdoso escurría del hombro de La Guadaña. La criatura avanzaba con el hombro sostenido hacia atrás, una clara señal de que estaba herida. Había logrado infligirle daño, aunque fuera mínimo.


La determinación en el rostro de Yosarian se intensificó. Guardó sus armas descargadas y continuó su camino, sus pasos firmes y decididos. Con un movimiento rápido, sacó una granada de su cinturón y la lanzó hacia La Guadaña. La explosión resonó en el bosque, levantando una nube de tierra y escombros. Aunque la explosión no alcanzó de lleno a la criatura, las piedras y fragmentos de metal volaron como pequeñas balas, impactando en su cuerpo y arrancándole más gemidos de dolor.


Yosarian no perdió el tiempo. Siguió retrocediendo, lanzando granadas una tras otra. Cada detonación era un estruendo que sacudía el aire y hacía temblar el suelo. La Guadaña se retorcía y saltaba para evitar los peores impactos, pero las piedras y los fragmentos continuaban golpeándola, erosionando su resistencia poco a poco.


El olor acre de la pólvora y el humo llenaba el aire, mezclándose con el aroma metálico de la sangre de la criatura y el fresco aroma del bosque nocturno. Los oídos de Yosarian zumbaban, apesar de sus tapones militares, por el sonido de las explosiones, pero sus ojos no se apartaban de su enemigo, manteniéndose enfocados y determinados.


La Guadaña, ahora visiblemente debilitada, trataba de acercarse a Yosarian, su movimiento torpe y menos preciso. Su exoesqueleto mostraba signos de daño: grietas y agujeros de los fragmentos, y el líquido verdoso goteaba con mayor abundancia. Yosarian notó la dificultad con la que la criatura movía su pierna herida.


Con un grito de esfuerzo y determinación, Yosarian lanzó su última granada, apuntando cuidadosamente para maximizar el impacto. La explosión final fue la más poderosa, y aunque La Guadaña logró evitar ser destrozada, la onda expansiva la hizo tambalearse. 

Yosarian supo que el momento de pelear cuerpo a cuerpo había llegado. Las granadas se habían terminado, y tanto él como La Guadaña emergieron del bosque, comenzando a subir por un roquedal escarpado mientras luchaba el cuchillo de yosarian. El cansancio pesaba en sus músculos, pero su determinación era inquebrantable. La Guadaña, con sus pinzas relucientes, luchaba.

Finalmente, alcanzaron un plano alto y extenso de roca. Yosarian, se preparó para el enfrentamiento final. La Guadaña atacó con ferocidad, sus guadañas cortando el aire con un silbido mortal. Yosarian bloqueó los ataques como pudo, pero la fuerza y la velocidad de su oponente eran abrumadoras. Las chispas volaban cada vez que el cuchillo de Yosarian chocaba con las guadañas de la criatura.


El combate era agotador, una danza violenta de vida o muerte. Yosarian sintió cada músculo arder, cada respiración más pesada que la anterior. En un movimiento desesperado, La Guadaña logró desarmarlo, arrebatándole el cuchillo y atravesando su brazo. Un dolor lacerante recorrió su cuerpo, pero Yosarian no dudó. Con un grito de determinación, colocó una pulsera explosiva en el brazo de La Guadaña.


La criatura, en su furia, quitó la pinza del cuerpo de nuestro protagonista, momento que Yosarian aprovechó para rodar a unos metros, buscando cobertura detrás de unas rocas de no más de cuarenta centímetros de alto. La explosión retumbó por el roquedal, una onda expansiva que sacudió el aire y lanzó fragmentos de roca en todas direcciones. Los brazos de La Guadaña fueron pulverizados, pero la criatura, implacable, avanzó con las tenazas de su boca, capaces de cortar desde brazos y piernas hasta el cuello de un humano, nuestro protagonista creía haber perdido, sin embargo sintió un duro, frío y pequeño objeto en su bolsillo.

Analepsis:

Hack se hallaba mostrándole una mini arma a yosarian en la nave. "Parece un encendedor," había dicho Yosarian. "Pero tiene cinco potentes municiones," replicó Hack, "solo que es de corto alcance."


De regreso al presente, Yosarian se encontraba a punto de ser decapitado por las tenazas de La Guadaña, que ahora carecía de brazos. Con un movimiento rápido, sacó la pequeña arma que llevaba para complacer a su amigo y descargó disparos uno tras otro. Cada bala encontraba su marca, deteniendo momentáneamente el avance de la criatura en el primer impacto, casi deteniendo la por completo en el segundo y frenandola por completo en el tercero. Las dos últimas balas destrozaron los ojos multifacetados de La Guadaña, una explosión de líquido verdoso y un grito ensordecedor llenando el aire. Mientras yosarian cerraba los ojos, La criatura se tambaleó, ciega y moribunda, antes de desplomarse en el suelo, muerta.


Yosarian, agotado y herido estaba dispuesto a aceptar su destino. El dolor de su brazo atravesado y el cansancio extremo lo inundaron. Se dejó caer, su respiración lenta y pesada. El eco de la batalla se desvaneció, y el silencio volvió al roquedal. 

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