El enterrador, capitulo 7.

 Yosarian se encontraba cayendo a través del cielo en su cápsula de escape, el rugido de los motores defectuosos mezclándose con el silbido del viento exterior. Cada sacudida de la cápsula le provocaba punzadas de dolor en su pie dislocado y su brazo roto. La sangre goteaba desde una herida en su frente, cayendo en gotas espesas sobre sus cejas y nublando su visión. Se aferró a los controles, intentando estabilizar la cápsula mientras el bosque de abajo se acercaba rápidamente.


Con un estruendo ensordecedor, la cápsula rompió a través del dosel de árboles, ramas y hojas arañando violentamente la estructura metálica. Finalmente, con un golpe que le sacudió hasta los huesos, la cápsula se estrelló en el suelo, lanzándolo hacia adelante contra el panel de control. El aire se llenó de polvo y el olor acre de metal quemado.


Yosarian, jadeando por el esfuerzo y el dolor, se arrastró fuera de la cápsula. El aire fresco de la noche lo envolvió, un alivio momentáneo para su piel abrasada por el calor. Cada movimiento era una agonía; su pie dislocado y su brazo roto le dificultaban avanzar. Encontró una vara robusta en el suelo, posiblemente una rama rota por el impacto, y la usó como bastón, apoyándose pesadamente en ella. El dolor se disparó por su pierna con cada paso, pero él seguía adelante, su determinación inquebrantable.


 Yosarian localizó su arma de mayor calibre en la cápsula y la tomó, sintiendo el peso familiar en sus manos temblorosas. Con el arma al hombro y apoyado en su improvisado bastón, avanzó cojeando hasta una gran roca que ofrecía algo de cobertura.


Se dejó caer detrás de la roca, su respiración entrecortada resonando en la quietud del bosque. Cada inhalación era un esfuerzo, cada exhalación un alivio momentáneo. El silencio fue roto por el sonido distante de motores. Miró al cielo y vio las luces de la nave enemiga acercándose nuevamente.


Desde su posición oculta, Yosarian apuntó cuidadosamente con su arma. Sus manos, aunque doloridas, permanecían firmes. Los segundos parecieron eternos mientras la nave descendía lentamente. Finalmente, cuando estuvo al alcance, apretó el gatillo. El sonido del disparo resonó a través del bosque, un estruendo que rompió la quietud nocturna.


La nave enemiga realizó maniobras evasivas, pero Yosarian continuó disparando, su concentración absoluta. Cada disparo era una explosión de luz y sonido, el retroceso sacudiendo su ya maltratado cuerpo. Los árboles se iluminaron con cada ráfaga, sombras danzando en el caos. Las municiones disminuían rápidamente, y la esperanza de Yosarian se desvanecía con cada disparo fallido.


Finalmente, con su último cartucho, Yosarian apuntó al motor de la nave y disparó. Hubo una explosión de chispas y humo, y la nave comenzó a perder altura rápidamente, un grito metálico resonando en el aire.

El estruendo de la nave al aterrizar entre los árboles resonaba en los oídos de Yosarian, que permanecía oculto detrás de la roca, su respiración pesada y dolorida. El olor a humo y metal chamuscado llenaba el aire, mezclándose con el aroma terroso del bosque. El silencio momentáneo fue roto por el sonido de un compartimiento abriéndose con un chirrido metálico. De la nave emergió un hombre alto y delgado, su rostro afable desentonando con la tensión del momento. 


Jesús, como era conocido, comenzó a examinar los daños de su nave, murmurando maldiciones mientras trataba de reparar los sistemas averiados. De repente, Jesús sintió una presencia detrás de él. El aire pareció volverse más denso, y un escalofrío le recorrió la espalda. Se giró rápidamente, y sus ojos se encontraron con los de Yosarian, que se acercaba cojeando, su expresión endurecida por el dolor y la determinación. Jesús reaccionó instintivamente, lanzando una patada que impactó en el abdomen de Yosarian, enviándolo al suelo con un gruñido de dolor. El bastón que le servía de apoyo rodó varios metros lejos.


Jesús tomó el bastón y, con nerviosismo, comenzó a golpear a Yosarian. Cada golpe resonaba con un crujido sordo, el dolor recorriendo el cuerpo maltrecho de Yosarian como olas de fuego. 

Finalmente, en un acto desesperado, Yosarian logró reunir la suficiente fuerza para lanzar una patada a las costillas de Jesús. Escuchó el sonido seco de los huesos rompiéndose y el grito de dolor de su adversario, que cayó al suelo con un gemido ahogado. Yosarian, jadeando y temblando, se incorporó y comenzó a golpear a Jesús en el rostro con sus puños ensangrentados, su rabia alimentada por el dolor y la necesidad de sobrevivir. El crujido de huesos y el salpicón de sangre llenaron el aire, hasta que Jesús quedó inconsciente.


Yosarian, exhausto y herido, intentó asfixiar a Jesús, apretando con fuerza su única mano útil  alrededor de su cuello, como si fuese una garra de acero. Pero antes de que pudiera terminar, el ruido distante de motores lo alertó. Miró hacia el cielo y vio las luces de las naves del Imperio acercándose rápidamente. Sabiendo que no tenía tiempo que perder, soltó a Jesús y se arrastró hacia el bosque, su cuerpo protestando con cada movimiento.


Mientras Yosarian desaparecía entre los árboles, las naves imperiales aterrizaban, rodeando el área con una precisión militar. En su palacio, la Emperatriz observaba la escena de Jesús medio muerto siendo llevado en camilla, a través de un monitor, su rostro era una máscara de furia contenida. El consejero a su lado esperaba en silencio, sintiendo la tensión en el aire.


"Ofrezcan siete kilogramos de zorgon por Yosarian," ordenó la Emperatriz, su voz helada y autoritaria. "Quiero que lo capturen, vivo o muerto."

En el presente:

 En la seguridad relativa de su escondite, Hack y Yosarian estaban sumergidos en la tenue luz azulada de la pantalla holográfica. Hack, con una sonrisa traviesa, le mostraba a Yosarian un vídeo que acababa de editar. Las imágenes mostraban gráficos y cifras que flotaban en el aire.


"Fíjate en esto," dijo Hack, señalando con entusiasmo. "He hackeado los registros del gobierno y descubrí algo interesante sobre Jesús Manso Smith. Resulta que ha matado a más gente que tú."


Yosarian levantó una ceja, incrédulo. "¿Cómo es posible? Ese inutil blandengue no parece capaz de matar ni una mosca."


Hack rió suavemente. "Bueno, Ha destruido naves enormes con cientos de pasajeros a bordo. Según estos números, él ha matado a 1200 personas, mientras que tú 'solo' has matado a 900."


Yosarian se quedó en silencio, asimilando la información. "Esto no le va a gustar a la reina," murmuró, una media sonrisa asomando en su rostro.

En cuestión de horas, el vídeo se hizo viral. En Nueva Europa, la tierra natal de Yosarian, la reacción fue inmediata. En la plaza central, una estatua de Yosarian fue erigida rápidamente, representándolo como un luchador por la libertad contra la tiranía del Imperio. La estatua, hecha de un material brillante y resistente, se alzaba desafiante bajo el sol, con Yosarian empuñando un arma y mirando hacia adelante con determinación. Los ciudadanos se congregaban a su alrededor, vitoreando y celebrando su nuevo héroe.


En el palacio de la Emperatriz, el ambiente era completamente diferente. El consejero, con una expresión grave, mostraba el documental a su soberana. La Emperatriz lo observaba en silencio, sus ojos fríos e implacables. Cuando el vídeo terminó, se giró hacia su consejero con una expresión calculadora.


"Ofrezcan cien kilogramos de zorgon por Yosarian," ordenó, su voz cortante como una daga.


El consejero, sorprendido, pensó que la Emperatriz había perdido la razón. Antes de que pudiera expresar sus dudas, un holograma apareció de repente ante ellos. Era el Canciller de Nueva Europa, el principal rival del Imperio. Su figura era imponente, y su voz resonaba con autoridad.


"Emperatriz," comenzó el Canciller, con una leve inclinación de cabeza. "El pueblo uropense considera a Yosarian Porta Millenium, un héroe. Dado este caso, han iniciado una iniciativa popular para ofrecer una recompensa por Jesús Manso Smith, esto es respaldado por más de un millón de firmas"


La Emperatriz lo miró con desdén. "No me interesa la opinión de los uropenses," dijo fríamente.


El Canciller sonrió con ironía. "Yo solo soy un servidor del pueblo. En consecuencia, estamos considerando ofrecer una recompensa compuesta por veinte naves de última generación, que podrán ser militares o de transporte."


La Emperatriz se mantuvo impasible, su mirada fija en el Canciller. "Hagan lo que quieran," dijo finalmente, su voz llena de desprecio.


El holograma del Canciller se desvaneció, dejando al consejero y a la Emperatriz en un tenso silencio. El consejero se preguntaba cuánto tiempo más podrían mantener su control en un Imperio que parecía tambalearse bajo el peso de sus propios excesos. 

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