El angel de la muerte y el hijo prodigo, capitulo 2.

 William despertó en una cama rodeado por paredes metálicas que brillaban tenuemente bajo la luz de una lámpara en el techo. La sensación de firmeza y frialdad del colchón se mezclaba con el eco distante de algún sistema de ventilación. El aire tenía un olor a hierro y a limpieza estéril, tan diferente del polvo y el calor del desierto donde había caído inconsciente.


Al girar la cabeza, vio un chico de ropajes oscuros acercándose. No debía tener más de quince años, y su estatura, apenas de 1.60 metros, hacía que se moviera con una agilidad sorprendente. Sus ropas, hechas de un material grueso y resistente, absorbían la luz, dándole un aire de misterio. En sus manos, el chico llevaba un cuenco humeante.


El joven colocó el cuenco en una pequeña mesa junto a la cama y dijo con una voz suave pero firme: "Cómetelo, te hará bien". William, aún aturdido, tomó el cuenco. El aroma era reconfortante, una mezcla de especias suaves y algo que no pudo identificar. El calor del caldo se sintió agradable en sus manos, y al sorber el primer bocado, una calidez reconfortante recorrió su cuerpo. El sabor era delicioso, una mezcla perfecta de umami y hierbas frescas.


Después de terminar, William, sintiendo una renovada energía, comentó: "Está muy bueno. ¿De qué es?"

"¿De pescado?", preguntó William, extrañado por la posibilidad de encontrar pescado en un planeta tan desolado.


El chico aclaró, con una mirada que denotaba un toque de secreto: "Algo parecido."


Intrigado, William decidió cambiar el tema. "¿Todo tu pueblo vive en naves como esta?"


El chico frunció el ceño, evidentemente confundido por la pregunta. "¿Qué es 'pueblo'?", preguntó, parpadeando.


"Un grupo de personas que viven juntas," explicó William con paciencia.


El joven negó con la cabeza. "No hay tal cosa como 'pueblo' aquí. Estamos solos."


William, sintiendo una creciente curiosidad y empatía por el chico, preguntó: "¿Y tu familia? ¿Dónde están?"


El chico bajó la mirada, y su voz se tornó melancólica. "Mi abuelo murió hace un año."


"¿Y los demás?" La pregunta de William era suave, casi temerosa de herir al chico más.


"Mi abuelo era mi única familia," respondió el joven, su voz apenas un susurro.


William sintió una punzada de tristeza por el joven. La idea de crecer solo en un lugar tan inhóspito era casi inimaginable. Miró alrededor, a las paredes metálicas, al pequeño espacio que llamaban hogar. Cada detalle parecía gritar soledad, pero también una fuerza silenciosa. 

William se levantó de la cama, sus músculos todavía tensos pero sorprendentemente recuperados. El chico lo miró con una mezcla de asombro y respeto.


“Es increíble que ya estés de pie,” comentó el joven. “A mí me tomó una semana recuperarme de un ataque similar.”


William esbozó una leve sonrisa. “Soy William, ¿y tú?”


El chico lo miró fijamente antes de responder, “Yo no.”


Confundido, William insistió, “¿Cómo te llamas?”


El chico dudó un momento, luego dijo con seriedad, “Soy un ángel de la muerte.”


William arqueó una ceja, incrédulo. “Nadie puede llamarse así.”


“Es el nombre de mi clan,” explicó el chico, sin alterar su expresión.

William: y tu nombre particular?.

Chico: no tenemos.

William pensó un momento y luego sonrió. “Te llamaré Ángel, entonces.”


El chico asintió, aceptando el nombre sin protestar. “Está bien.”


Después de un breve silencio, William expresó su deseo. “Quiero dar un paseo.”


Ángel asintió y lo guió hacia la salida. El pasillo estaba iluminado por una suave luz blanca, y el aire tenía un olor metálico y limpio. Al llegar a la puerta, un suave zumbido mecánico indicó que se abría, revelando un exterior inesperado.


William quedó boquiabierto al ver una vasta selva extendiéndose frente a él. La vegetación era exuberante y densa, con árboles altísimos cuyas copas se perdían en el cielo. La selva parecía extenderse por dos kilómetros de ancho y diez mil de largo. Los sonidos de la naturaleza eran tranquilos.


El aire estaba cargado de humedad y el olor terroso de la vegetación fresca. La luz del sol se filtraba a través del dosel de hojas, creando patrones cambiantes en el suelo cubierto de musgo y hojas caídas.


William, asombrado, preguntó, “¿Cómo puede haber tanta vegetación aquí?”


Ángel lo miró con una expresión serena. “Mi abuelo decía que hace mucho tiempo, en un lago, se abrió una cascada de agua. De ahí brotó el río que dio vida a tantas criaturas.”



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