Trimind, capitulo 4.

 Joseph seguía caminando por el drenaje, sus pasos resonando en el estrecho corredor. El aire estaba impregnado de humedad y el hedor de aguas estancadas lo envolvía, haciéndole arrugar la nariz. A medida que avanzaba, una luz diferente se asomaba a lo lejos, una tenue claridad que contrastaba con la penumbra del lugar.


Intrigado, Joseph aceleró el paso, el sonido de sus zapatos chapoteando en el agua sucia. Cada paso que daba enviaba pequeñas ondas a través de los charcos oscuros, haciendo eco en las paredes de concreto. El goteo constante del agua que caía desde algún punto indeterminado del techo creaba un ritmo persistente que llenaba el ambiente.


Finalmente, llegó a una nueva sección del drenaje, donde una rejilla se encontraba a muy pocos metros sobre él. Desde aquella rejilla caía un delgado chorro de agua, que salpicaba el suelo y le mojaba ligeramente el rostro. La luz de sol que se filtraba a través de la rejilla proyectaba sombras que se movían como figuras fantasmales en las paredes húmedas y cubiertas de musgo.


Joseph se detuvo justo debajo de la rejilla, mirando hacia arriba. La claridad que caía desde el exterior era un signo de esperanza en medio de la oscuridad opresiva. Sentía el aire fresco que se colaba a través de la rejilla, una brisa revitalizante que acariciaba su piel y despejaba ligeramente su mente.


"Podríamos alcanzar la rejilla si encontramos algo para usar como escalón," sugirió Wester, su tono creativo y perspicaz.

Joseph Regresó sobre sus pasos, deshaciendo el camino recorrido. Sus sentidos estaban alerta, cada sonido amplificado por la tensión y la expectativa. El agua sucia seguía chapoteando bajo sus pies, y el aire viciado del drenaje llenaba sus pulmones con cada respiración.

Minutos después:

Llegó nuevamente bajo la rejilla. Colocó la caja en el suelo, asegurándose de que estuviera estable. Luego, subió con cuidado, sintiendo cómo la madera crujía ligeramente bajo su peso. La rejilla estaba ahora al alcance de sus manos. El aire fresco y la luz se filtraban a través de los barrotes, acariciando su rostro con promesas de libertad.


Con un último esfuerzo, Joseph empujó la rejilla. El metal oxidado se movió con un chirrido, y un rayo de luz más brillante inundó el espacio. Joseph miró hacia arriba, viendo el cielo abierto más allá de la rejilla. 

Respiró hondo, llenando sus pulmones con el aire fresco. Con determinación, se preparó para atravesar la abertura y dejar atrás la oscuridad del drenaje, guiado por la luz de la libertad.

Se quedó de pie por un momento, sintiendo el calor del sol en su piel y el suave murmullo del viento entre las hojas. A lo lejos, el canto de los pájaros y el susurro del agua se mezclaban, creando una sinfonía natural que llenaba sus oídos. La vista era como un oasis de tranquilidad y vida, un contraste marcado con el lugar del que había escapado.


Joseph avanzó, sus pies hundiéndose ligeramente en el césped húmedo. Al acercarse a la orilla del parque, junto a un árbol, vio una manguera que regaba agua. El sonido del agua fluyendo era como una melodía para sus oídos sedientos. Se arrodilló junto a la manguera y bebió con avidez, sintiendo el agua fresca y revitalizante deslizarse por su garganta. El líquido claro y puro era un alivio bienvenido después de la opresiva oscuridad y el aire viciado del drenaje.


Se limpió la boca con el dorso de la mano y siguió caminando, observando su entorno con curiosidad. Al avanzar, vio un asiento de concreto bajo otro árbol. Sobre él, había restos de comida dejados por los trabajadores públicos que cuidaban el parque. Su estómago rugió de hambre, y sus ojos se iluminaron al ver la mitad de un sándwich entre las sobras.


Joseph se acercó y tomó el sándwich con manos temblorosas. Sin pensarlo dos veces, comenzó a devorarlo. El pan suave y la carne fría eran un festín comparado con la carne cruda que su madre solía darle. Cada bocado era un deleite, llenando su boca con sabores que no había experimentado en meses. La frescura de los vegetales y el queso cremoso eran lo mejor que había comido en meses y en ese momento parecía la mejor cena de su vida.


Después de terminar el sándwich, encontró otros restos: una manzana mordida, un trozo de queso, unas galletas. Los devoró todos con avidez, saboreando cada bocado como si fuera el mejor manjar. Su estómago, acostumbrado al hambre y la comida escasa, se llenó lentamente, y por primera vez en mucho tiempo, Joseph se sintió satisfecho.

Sentado en el asiento de concreto, mirando el parque vibrante y lleno de vida, Joseph se permitió un momento de paz. Comparado con la carne cruda y los días oscuros en el sótano, esta comida y este lugar eran un paraíso. La libertad nunca había sabido tan dulce.


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