El reciclador, capitulo 9.

 Thomas, su padre, el "Mayor" y el secretario se encontraban sentados en un sofá desgastado en el despacho del abogado. Era un espacio modesto, con una televisión vieja montada en la pared que emitía noticias locales en un volumen bajo. Las imágenes parpadeantes y las voces monótonas proporcionaban un telón de fondo casi surrealista para la tensión que sentían los hombres.


El abogado, un hombre de mediana edad con cabello negro bien peinado y gafas de montura delgada, estaba sentado detrás de su escritorio. Vestía un traje oscuro de baja calidad que contrastaba fuertemente con la apariencia desaliñada de sus clientes. A pesar de su evidente falta de interés inicial, el abogado había cambiado de actitud al ver el dinero. Con una sonrisa forzada, se dirigió a ellos.


—Les voy a traer un café para que se sientan más cómodos mientras hablamos de los detalles. Mi secretaria se encargará de ello —dijo, pulsando un botón en su intercomunicador—. Lucy, tráenos cuatro cafés, por favor.


Hubo un momento de silencio. Nadie respondió al llamado. El abogado frunció el ceño y miró el intercomunicador con cierta irritación.


—Debe estar ocupada —dijo, forzando una sonrisa—. No se preocupen, yo mismo iré a la cafetera.


Se levantó con cierta rapidez y se dirigió a una puerta difícilmente visible, camuflada con la pared. La abrió con un movimiento ágil y desapareció en su interior.

El abogado, mientras tanto, cruzó un estrecho pasillo que daba a un pequeño rincón escondido. Allí, pasó a través de una puerta trasera que conducía directamente a una tienda de conveniencia adyacente. Saludó al dependiente con una inclinación de cabeza y se dirigió a la máquina de café al fondo de la tienda. El aroma del café recién hecho llenó el aire, proporcionándole un momento de tranquilidad en medio del caos.


Con cuatro vasos de café en la mano, regresó por el mismo camino, asegurándose de que nadie lo viera. Volvió a través del pasillo y la puerta oculta, apareciendo nuevamente en el despacho con una sonrisa profesional.


—Aquí tienen sus cafés —dijo, distribuyendo los vasos a cada uno de los presentes—. Directo de mi cafetera.


Thomas, su padre, el "Mayor" y el secretario aceptaron los vasos con gratitud. El café, caliente y aromático, proporcionó un momento de consuelo en medio de su agotamiento y preocupación. El abogado se sentó de nuevo detrás de su escritorio, observándolos mientras tomaban sus primeros sorbos.


—Bien, ahora que estamos todos más cómodos, hablemos sobre los detalles del amparo que necesitan —dijo el abogado, su tono más profesional y atento.

Horas después:

Thomas, su padre, el "Mayor" y el secretario se hallaban en un criadero de cabras, situado a las afueras de la ciudad. El lugar estaba lleno de vida, con cabras de todos los tamaños y colores moviéndose alrededor de los corrales. El aire estaba impregnado del olor a heno y a animales, mezclado con el suave aroma de la hierba fresca que crecía en los alrededores. 

Thomas observaba con fascinación a los animales, sus ojos brillando con un entusiasmo que no podía ocultar. Se acercó a una cerca y extendió la mano para acariciar a una cabra joven que se había aventurado cerca. La cabra levantó la cabeza y miró a Thomas con curiosidad, su pelaje suave y cálido al tacto.


—Padre, quiero comprar algunas cabras —dijo Thomas, su voz llena de determinación.


Su padre frunció el ceño y sacudió la cabeza. —Thomas, es demasiado gasto —respondió con firmeza—. Ya hemos invertido mucho en el viaje y en el abogado. No podemos permitirnos esto ahora.


Thomas apretó los labios, una mezcla de frustración y tristeza reflejada en sus ojos. —Papá, cuando era niño, solo pude probar leche una vez —dijo, su voz temblando ligeramente por la emoción—. Fue de una caja que encontré en la basura. Desde entonces, siempre he deseado volver a probarla, pero nunca pude. No quiero que los nuevos niños de la isla pasen por lo mismo.


El "Mayor" y el secretario observaban en silencio, sintiendo la tensión creciente entre Thomas y su padre. La brisa cálida del campo acariciaba sus rostros, llevando consigo el aroma de la tierra y los animales. 

Thomas se irguió, su expresión endurecida por la resolución. —Con o sin tu permiso, voy a comprar las cabras —dijo con firmeza, mirando a su padre directamente a los ojos—. Esta es una inversión en el futuro de nuestra comunidad. Los niños merecen crecer con acceso a alimentos frescos y nutritivos.

Días después:

Los protagonistas se encontraban frente a la tienda de George Simons. El sol brillaba intensamente en el cielo, sus rayos reflejándose en la superficie del mar y creando destellos dorados. Una brisa fresca soplaba desde el océano, llevando consigo el olor salino del agua y el sonido de las olas rompiendo suavemente contra la costa.


Thomas, su padre, el "Mayor" y el secretario estaban acompañados por toda la comunidad. Hombres, mujeres y niños se habían reunido en una muestra de apoyo y determinación. Los rostros de todos reflejaban una mezcla de anticipación y resolución. Las manos de Thomas temblaban ligeramente, pero su mirada estaba firme mientras avanzaba hacia Simons, quien estaba de pie frente a su tienda con una expresión de desprecio y arrogancia.


—Simons, ya no queremos hacer negocios contigo —dijo Thomas con voz clara y segura—. Hemos encontrado mejores opciones y ya no necesitamos tus servicios.


Simons frunció el ceño, su rostro endureciéndose por la ira y el desdén. —¿De verdad crees que puedes hacer eso? —espetó, su voz cargada de amenaza—. Su presencia en la isla es ilegal. Puedo sacarlos a todos de aquí.


Thomas respiró hondo, sintiendo el peso de las miradas de su comunidad sobre él. Sacó un documento doblado de su bolsillo y lo desdobló lentamente, sosteniéndolo frente a Simons. —No, Simons —respondió Thomas con firmeza—. Este documento asegura nuestro derecho a permanecer en la isla y operar sin interferencias.


Simons tomó el documento con una mezcla de incredulidad y furia, sus ojos recorriendo las palabras impresas con rapidez. Su expresión se oscureció aún más mientras leía, y cuando finalmente terminó, arrugó el papel en sus manos.


—Ya veremos —gruñó Simons, lanzando el documento arrugado al suelo con desprecio.


Sin decir una palabra más, Simons se giró bruscamente y se dirigió hacia su barco, sus pasos resonando en el suelo de madera del muelle. La comunidad observó en silencio, sus corazones latiendo con fuerza mientras el hombre que había sido una fuente constante de opresión se retiraba. Simons subió a bordo de su barco, y en cuestión de minutos, el motor rugió y el barco comenzó a alejarse, dejando una estela de espuma blanca en su camino.

Siete años después:

La transformación en la isla era palpable en cada rincón. Gracias a las habilidades de ingeniería de Thomas, la comunidad había prosperado de una manera inimaginable. El sonido constante de las máquinas de la planta recicladora se mezclaba con el canto de las aves y el susurro del viento entre las palmeras, creando una sinfonía de progreso y naturaleza.


La planta recicladora, una estructura imponente de acero y vidrio, se alzaba majestuosa cerca del muelle. En su interior, las cintas transportadoras zumbaban suavemente mientras clasificaban y procesaban toneladas de basura reciclada. Los destellos de luz se reflejaban en las superficies metálicas de las máquinas, y el aire estaba impregnado con el olor característico del plástico fundido y el papel reciclado. El ambiente vibraba con la energía del trabajo en marcha, y cada movimiento dentro de la planta hablaba de eficiencia y organización.


Las familias de la comunidad vivían ahora en mansiones que habrían sido impensables siete años atrás. Las casas, construidas con materiales reciclados, se erigían espléndidas a lo largo de la costa y en las colinas cercanas. El aroma de los jardines llenos de flores frescas se mezclaba con el aire marino, creando una fragancia que llenaba de vida cada hogar. Las paredes de las mansiones, adornadas con paneles solares y techos verdes, resplandecían bajo el sol tropical, mientras las ventanas amplias permitían la entrada de la brisa fresca y el sonido relajante de las olas.


Dentro de una de estas mansiones, Thomas observaba con satisfacción desde su balcón. El suelo de madera reciclada crujía suavemente bajo sus pies mientras contemplaba el paisaje. El olor a café recién hecho llenaba la sala, y el sonido de risas y conversaciones se filtraba desde el comedor, donde su familia y amigos disfrutaban de una mañana tranquila. Los muebles, hechos a mano con materiales reciclados, combinaban comodidad y elegancia, reflejando el espíritu innovador de la comunidad.


En la distancia, se veía el puerto, donde enormes contenedores de basura reciclada esperaban ser cargados en barcos con destino a mercados internacionales. El sonido de los motores de los barcos y las grúas en funcionamiento resonaba en el aire, recordando a todos el alcance global de su empresa. El olor salado del mar se mezclaba con el aroma industrial de la planta recicladora, creando un ambiente único que hablaba de trabajo duro y éxito.


Los niños corrían y jugaban en los amplios jardines de las mansiones, sus risas llenando el aire. Sus rostros brillaban con la inocencia y alegría de una vida sin carencias. Thomas sonrió al verlos, recordando su propia infancia y la promesa que se había hecho de asegurar un futuro mejor para las generaciones venideras.

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