El reciclador, capitulo 2.

 Inspirado en la vida de Brandon Gandarilla.

 Thomas, ya con diez años, se encontraba sentado junto a su madre en la humilde mesa de la cocina. El calor del mediodía filtraba a través de las rendijas de la casa, envolviéndolos en una sensación de sopor. El ambiente estaba impregnado con el aroma del mar cercano, mezclado con el olor acre de los desechos en descomposición que rodeaban su hogar.


La madre, con una expresión cansada pero amorosa, colocaba con delicadeza algunos trozos de pescado sobre los platos desgastados. Su rostro reflejaba la preocupación constante por la difícil situación en la que vivían. 


"Me gustaria tener plantas" la madre con un dejo de tristeza en su voz. "Extraño ver algo verde a mi alrededor".


Thomas levantó la mirada de su plato y contempló a su madre con atención. Sus ojos brillaban con una chispa de determinación mientras consideraba la idea. "He estado leyendo algunos libros sobre agricultura", respondió con entusiasmo. "Creo que podríamos intentarlo. Podríamos empezar con algunas plantas que no necesiten mucho espacio ni agua".


La madre asintió con una sonrisa débil. "Sería maravilloso tener un poco de verde en nuestra casa, aunque sea solo unas pocas plantas", murmuró mientras tomaba un bocado de su comida.


Después de terminar su almuerzo, Thomas se levantó de la mesa y se dirigió a su pequeño rincón de lectura en un rincón de la casa, lleno de cien comics y varios libros. Rebuscó entre los libros apilados desordenadamente hasta que encontró uno sobre agricultura básica. Con cuidado, comenzó a hojear las páginas, absorbiendo cada palabra con avidez.

Simultáneamente:

El sol del mediodía bañaba la costa de la isla basura con su calor abrasador, mientras el sonido de las olas rompiendo contra la orilla creaba una melodía constante en el aire. En medio de este escenario desolado, se encontraba George Simons, un marinero inglés de al menos cincuenta años de edad. Su figura corpulenta y curtida por el sol se erguía con orgullo en la cubierta de su barco anclado cerca de la costa.


George llevaba una gorra gastada de marinero sobre su cabeza, cubriendo su cabello canoso y rizado. Su rostro estaba surcado por arrugas profundas, marcadas por los años de exposición al viento y al agua salada. Una barba descuidada adornaba su mentón, salpicada de canas y restos de comida. Sus ojos azules, brillantes con astucia, escudriñaban el horizonte con una mezcla de determinación y malicia.


Vestido con ropas andrajosas pero funcionales, George exudaba un aura de autoridad y confianza mientras supervisaba las actividades en la cubierta de su barco. El olor a salitre impregnaba el aire a su alrededor, mezclado con el distintivo aroma a pescado fresco que emanaba de las cajas apiladas en el muelle.

El padre de Thomas se movía con agilidad entre las pilas de chatarra, seleccionando cuidadosamente los objetos de valor que vendería a George Simons. Su mirada estaba llena de determinación mientras evaluaba cada pieza con atención, buscando obtener el mejor precio posible por su mercancía.


A su alrededor, otros habitantes de la isla se aglomeraban para realizar sus propias transacciones con el marinero inglés. El bullicio del mercado improvisado llenaba el aire, mezclado con el sonido metálico de las monedas cambiando de manos y el murmullo constante de las conversaciones.


Sin embargo, a medida que la tarde avanzaba, la alegría del intercambio comenzaba a desvanecerse. Los rostros de los habitantes se tornaban sombríos mientras descubrían los exorbitantes precios que George Simons les cobraba por los alimentos básicos. La desesperación se reflejaba en sus ojos mientras contaban cada moneda con manos temblorosas, conscientes de que apenas tenían suficiente para alimentar a sus familias.


A lo lejos, el sol comenzaba a ponerse sobre el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados. Pero para los habitantes de la isla basura, el futuro se oscurecía con cada momento que pasaba bajo la sombra de la explotación y el engaño.

En el crepúsculo de aquella tarde abrasadora, Thomas y su madre se encontraban arrodillados junto a una pequeña maceta en el patio trasero de su humilde morada. El aroma horrible de la composta llenaba el aire, mezclándose con el olor acre de los desperdicios que los rodeaban. Con manos cuidadosas, Thomas y su madre habían preparado el suelo con esmero, mezclando la tierra oscura con los restos de comida podrida que habían encontrado entre la basura.


Con determinación en sus ojos, Thomas tomó las semillas de tomate que habían rescatado de un thomate pasado y las depositó una a una en la tierra húmeda. Su madre observaba con orgullo mientras su hijo trabajaba, admirando su dedicación y perseverancia a pesar de las adversidades que enfrentaban. El sol se ocultaba lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados que se reflejaban en el mar cercano. 

Mientras tanto, en la comunidad, las voces comenzaban a susurrar sobre el extraño comportamiento de Thomas. Sus movimientos repetitivos de las manos y su lenguaje inusual habían llamado la atención de los habitantes, quienes no podían comprender el motivo detrás de sus acciones.


"¿Has notado cómo mueve las manos todo el tiempo?", comentaba una mujer mayor a su vecina mientras observaban desde la puerta de su casa. "Y esa forma de hablar que tiene, no se le entiende"

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