Operación medusa, capitulo 21.

 El estadio vibraba con la energía de los espectadores, cuyos vítores resonaban en un estruendo atronador. Las gradas, abarrotadas hasta el último asiento, temblaban con la emoción contenida de miles de seguidores. En un extremo del brillante ring, iluminado por un resplandor de focos, estaba Juan Sánchez.

En el extremo opuesto del cuadrilátero, destacando como una figura mitológica, estaba el superhumano israelí. Alto y atlético, su presencia era imponente. Su cabello oscuro estaba recortado al estilo militar, lo que enfatizaba su mandíbula cuadrada y su expresión impasible. La piel bronceada exhibía cicatrices sutiles pero reveladoras de un pasado lleno de desafíos. Sus ojos, de un azul penetrante, parecían analizar cada detalle del entorno con una precisión quirúrgica.


El israelí, conocido como Uriel, era mucho más que un mero atleta. Había sido un soldado de élite, cuyos reflejos y habilidades habían sido refinados por tecnología de punta para tener reflejos sobrehumanos.

El rugido de la multitud se desvaneció en un zumbido distante cuando un campo de fuerza invisible se materializó alrededor del ring, encerrando a Juan y Uriel en un espacio aparte del mundo exterior. Dentro de esta barrera energética, el ambiente se cargó con una tensión palpable.


El campo de fuerza era un resplandor azulado que se extendía hacia arriba, difuminando la visión del público y enfocando toda la atención en los dos contendientes. Desde fuera, solo se podía percibir un brillo etéreo, pero desde dentro, era como estar encapsulado en una esfera de energía viva.


Juan Sánchez avanzó con determinación, sus pasos en el suelo del ring, cada uno marcando el ritmo de su corazón acelerado. Del otro lado, Uriel se movía con una gracia sobrenatural, sus pasos casi sin sonido sobre el tapiz. 

Cuando finalmente estuvieron cara a cara, el mundo exterior desapareció. Solo existían ellos dos, encapsulados en este espacio encapsulado por la luz azul. Juan miró a los ojos de Uriel y vio la determinación implacable en ellos.

El momento llegó como un destello repentino. Juan Sánchez lanzó un golpe veloz hacia el rostro de Uriel, el superhumano israelí, con la determinación palpable en cada músculo de su brazo. El golpe cortó el aire con un silbido agudo mientras se dirigía directo hacia su objetivo.


El impacto, sin embargo, nunca llegó a su destino. Uriel, con reflejos mejorados, esquivó el golpe con una gracia sobrenatural. Sus movimientos eran fluidos, como si anticipara cada movimiento de su oponente antes de que ocurriera. 


Para Juan, el esfuerzo era como lanzarse contra una pared invisible. La sensación de su puño cortando el aire era acompañada por un sonido sordo, seguido por el eco de su propia respiración agitada. El aire a su alrededor se sentía cargado de energía, vibrando con la anticipación y el esfuerzo desesperado.

Mientras Uriel se deslizaba elegantemente hacia atrás, Juan podía captar cada detalle de su movimiento. Sus ojos, enfocados en su oponente, seguían cada gesto, cada cambio en la postura de Uriel. La vista era aguda, casi hipnotizada por la habilidad sobrehumana de su adversario.


El momento había pasado en un abrir y cerrar de ojos, pero para Juan, cada segundo se prolongaba como si estuviera en cámara lenta. Los sentidos estaban agudizados, conscientes de cada pequeño detalle del entorno. El campo de fuerza parecía susurrar a su alrededor, recordándole la prisión invisible en la que estaban atrapados.


El golpe esquivado resonó en la mente de Juan, alimentando su determinación. Podía saborear la frustración en el aire, un gusto amargo en su boca. Estaba listo para el siguiente asalto, dispuesto a enfrentarse una vez más al desafío que se cernía ante él dentro de esta burbuja de energía frenética.

En un instante, como un rayo, Uriel esquivó el golpe de Juan con una agilidad sobrehumana. El movimiento fue tan rápido que apenas hubo tiempo para procesarlo. El sonido del puño de Juan cortando el aire se desvaneció en un susurro fugaz.


Antes de que Juan pudiera reaccionar, una fuerza impactante golpeó su estómago con una precisión implacable. El puñetazo de Uriel era como un martillo de hierro que se estrellaba contra su cuerpo. Un crujido sordo resonó en el ring mientras el aire era expulsado violentamente de los pulmones de Juan.


El impacto fue más que físico; fue una experiencia sensorial completa. Juan sintió el dolor como un eco retumbante en su interior. La sensación aguda y penetrante se extendió desde su estómago hacia cada rincón de su ser. Un mareo momentáneo lo envolvió, como si el mundo se hubiera tornado borroso por un instante.


El sonido de su propio gemido ahogado escapó de sus labios mientras luchaba por recuperar el aliento. El ring crujía bajo sus pies, cada vibración transmitiendo una sensación de desequilibrio y debilidad. El campo de fuerza que los rodeaba parecía palpitar con la energía liberada por el impacto.

Los ojos de Juan parpadearon con esfuerzo mientras se esforzaba por mantener la concentración. Podía ver a Uriel frente a él, los músculos tensos y listos para el siguiente movimiento. La vista era borrosa por el impacto, pero la figura de su oponente se destacaba claramente en su mente.

A pesar del dolor, la determinación ardía dentro de Juan. Cada fibra de su ser se preparaba para el próximo movimiento, sabiendo que no podía permitirse otra distracción. La batalla continuaba, intensa y visceral, mientras el mundo a su alrededor parecía reducirse a este enfrentamiento entre dos seres empeñados en demostrar su fuerza y habilidad.

La secuencia fue una danza de velocidad y fuerza dentro del campo de fuerza titilante. Juan, recuperando la compostura con una determinación feroz, lanzó una patada dirigida hacia Uriel. El aire se partió con un silbido mientras su pierna se extendía hacia su objetivo.


Sin embargo, Uriel se anticipó al movimiento con una agilidad asombrosa, esquivando la patada con una elegancia innata. En un abrir y cerrar de ojos, Uriel contraatacó con un golpe rápido al rostro de Juan, que le hizo tambalearse momentáneamente.


El golpe sacudió a Juan, pero en lugar de inmutarse, canalizó su energía en un movimiento fluido. Lanzó una serie de brazos giratorios típicos del taekwondo, cada uno llevando consigo un estallido de fuerza controlada. Uriel, una vez más, esquivó con gracia felina, deslizándose fuera del alcance de cada golpe.


Pero Juan aprovechó la aparente apertura. En un movimiento repentino, se lanzó hacia adelante y agarró el brazo de Uriel. La resistencia de Uriel fue inmediata; trató de zafarse, pero Juan no se detuvo. En un destello de determinación, Juan agarró también el otro brazo de Uriel.


El ring retumbó bajo sus pies mientras Juan, con una ferocidad liberada, comenzó a dar una serie de intensos cabezazos a Uriel. Cada impacto resonaba con un crujido sordo, y Juan podía sentir la fuerza trasmitida a través de su propio cráneo. El sonido del impacto era ensordecedor en la atmósfera tensa del campo de fuerza.

Finalmente, el último cabezazo de Juan encontró su objetivo con una precisión devastadora. El sonido del impacto resonó como un trueno lejano en la mente de Juan mientras Uriel se tambaleaba y luego caía, derrotado, al suelo del ring. La multitud rugió en un coro ensordecedor mientras Juan se erguía, respirando profundamente, saboreando la victoria como una descarga eléctrica que recorría su cuerpo.


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