Operación medusa, capitulo 20.

 El estadio vibraba con la emoción de la multitud reunida. Cada asiento estaba ocupado; un mar de rostros entusiasmados y banderas ondeantes llenaban las gradas. En el centro del ring, bajo una luz brillante, se encontraban dos figuras imponentes en extremos opuestos: Juan Sánchez, el favorito local con su garra latinoamericana, y el formidable súper surcoreano, conocido por su dominio en el taekwondo.


El surcoreano, de nombre Kim Jin-Soo, se destacaba incluso entre los atletas de élite. Con una estatura de un metro con ochenta centímetros y una complexión musculosa, llevaba puesto un dobok blanco nítido que resaltaba su aura de confianza. Su cabello negro azabache estaba recogido en una coleta, revelando un rostro sereno pero decidido. Los ojos oscuros y penetrantes mostraban la concentración de un maestro en su arte marcial.

El súper surcoreano no solo era un campeón de taekwondo; era una leyenda viviente. Había crecido en los dojos desde una edad temprana, perfeccionando cada técnica bajo la tutela de los mejores maestros. Sus piernas eran resortes de acero, capaces de lanzar patadas giratorias con precisión milimétrica.  

Juan y Kim se aproximaron con cautela, sus miradas fijas una en la otra. El sonido del aire circulando alrededor de ellos parecía aumentar en intensidad, como si el universo entero contuviera la respiración en anticipación. El sudor perlaba las frentes de los dos hombres, y el olor a adrenalina impregnaba el ambiente, mezclándose con el sutil aroma de la loción medicinal que ambos habían aplicado para preparar sus músculos.


A medida que se encontraban frente a frente, la luz brillante sobre el ring delineaba los rostros tensos y concentrados de Juan y Kim. Las características de ambos eran distintas: el semblante moreno y los ojos oscuros de Juan contrastaban con la piel más clara y los ojos penetrantes de Kim. La respiración de los dos se podía escuchar claramente; el susurro rítmico de inhalaciones profundas resonaba como un eco en el espacio cerrado del estadio.


Los movimientos eran casi imperceptibles al principio, como si la realidad misma se estirara para capturar cada gesto. El roce de sus ropas al desplazarse generaba un murmullo suave, un recordatorio constante de la tensión que se acumulaba en el aire. Cada músculo tenso, cada articulación en movimiento, emitía un crujido tenue que se fundía con el sonido general de la contienda.


Los ojos de Juan y Kim se encontraron en un instante de conexión silenciosa antes de que la batalla comenzara verdaderamente. Las imágenes se intensificaron, los colores y los detalles se agudizaron en la mente de los luchadores. Las voces distantes de los espectadores se convirtieron en un murmullo constante en el fondo, alimentando la energía que electrificaba el ambiente.

 Juan reaccionó con rapidez, lanzando un jab certero hacia el rostro de Kim. El contacto fue un estallido audible, el sonido de carne contra carne resonando en el aire cargado. Kim retrocedió ligeramente, sus músculos tensándose en anticipación mientras evaluaba su siguiente movimiento.


Sin perder un segundo, Juan ejecutó una patada ascendente, su pierna se lanzó con velocidad y determinación hacia el torso de Kim. El viento susurró con el movimiento rápido, pero Kim, como un felino hábil, se deslizó fuera de la trayectoria. El roce del aire fue testigo de su evasión experta.


El instante de pausa fue efímero pero crucial. Kim reunió su concentración y lanzó un golpe de boxeador hacia Juan. El sonido del puño cortando el aire fue como un latigazo, pero Juan, con reflejos afilados, se movió con elegancia para esquivar el golpe, sintiendo el aire vibrando cerca de su rostro.


En respuesta, Kim desató una combinación rápida y fluida: un giro de brazos que se convirtió en un vendaval de movimiento. Los músculos tensos y los huesos articulados cortaban el espacio, creando un vórtice de energía palpable. Juan respondió con un jab, un movimiento preciso que mantuvo a Kim a distancia, creando una brecha momentánea en la batalla.


Juan no mostró signos de desaceleración. En un instante decisivo, lanzó una patada fulminante, una explosión de fuerza y velocidad. El impacto fue ensordecedor, un choque metálico y un grito amortiguado de la multitud. Kim sintió el impacto como una ráfaga de energía eléctrica, el dolor reverberando a través de su cuerpo antes de que la oscuridad lo envolviera.


El silencio cayó sobre el estadio por un segundo eterno antes de que los vítores ensordecedores rompieran el aire. Kim estaba en el suelo, juan había ganado. 

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