El gran ingeniero, capitulo 9.

 En el laboratorio dentro de la montaña, Victor se encontraba absorto frente al misterioso artefacto. La habitación estaba bañada en una penumbra suave, con solo la luz tenue de unas lámparas colgantes que resaltaban el brillo metálico del aparato. El aire estaba fresco y cargado con un leve aroma a tierra húmeda y minerales, propio de las profundidades de la montaña.


El artefacto se erguía majestuoso en el centro del laboratorio, ocupando buena parte del espacio con sus dimensiones imponentes. Un metro cúbico de pura enigmática. Su forma era perfectamente cuadrada, con bordes nítidos y angulares que reflejaban la luz de manera difusa. El color metálico dominaba su apariencia, aunque no era un metal reconocible para Victor. La superficie parecía pulida y lisa, sin señales de oxidación ni deterioro, como si acabara de emerger de un tiempo olvidado.


Las luces parpadeantes, situadas en cada una de las esquinas del aparato, eran el punto focal de su intriga. Destellaban en secuencias irregulares, cambiando de intensidad y color en un patrón que parecía responder a una lógica oculta. Algunas luces brillaban en tonos azules y verdes, mientras otras parpadeaban en un rojo profundo, llenando el laboratorio con una danza hipnótica de colores y sombras.

En lo profundo de la selva, bajo el dosel verde oscuro y el murmullo constante de la vida salvaje, se desarrollaba una escena impactante. Los tincas, una tribu violenta y opresiva, se encontraban reunidos en un claro rodeado de altos árboles. Los nucas Portaban canastas repletas de frutas tropicales, raíces y otros productos de la tierra, que depositaban con reverencia ante los tincas, una sociedad que se alzaba como un imperio emergente entre las tribus vecinas.


Los tincas, de estatura media y piel semi oscura, vestían túnicas tejidas con fibras vegetales y plumas exóticas. Sus rasgos faciales eran fuertes y definidos, marcados por años de liderazgo y dominio sobre la región. Algunos llevaban tatuajes simbólicos en sus brazos y rostros, indicando estatus o logros en batallas pasadas.


La atmósfera estaba cargada de tensión y sumisión. Las jóvenes nucas, escogidas por su belleza y pureza, eran presentadas a los tincas como parte de un tributo ancestral. Las chicas llevaban túnicas simples de colores terrosos y cabello oscuro trenzado con flores silvestres. Sus miradas reflejaban temor y resignación, conscientes del destino que les aguardaba.

Los tributarios tincas, rodeados de sus guerreros en guardia, observaban la ceremonia con un aire de superioridad. Eran conscientes de su poder sobre las tribus vecinas y la riqueza que les proporcionaban los tributos recibidos. La entrega de la cosecha y las jóvenes vírgenes simbolizaba un pacto ancestral de sumisión.

En la aldea nuca, el aire vibraba con tensión mientras Yet se acercaba sigilosamente hacia Inti, la hija del jefe, con la intención de entablar una conversación. Sin embargo, antes de que pudiera llegar a su destino, presenció una escena alarmante. Inti estaba en medio de una acalorada discusión con uno de los soldados tincas, cuyas palabras cargadas de amenazas resonaban en el aire denso.

El soldado tinca, visiblemente irritado, levantó la mano en un gesto amenazante hacia Inti, preparado para infligir un golpe. Sin pensarlo dos veces, Yet actuó con rapidez y precisión. Con un movimiento ágil, lanzó un puñetazo certero que alcanzó al soldado en la mandíbula, haciéndolo caer al suelo inconsciente.


El impacto resonó en el aire, seguido de un silencio momentáneo. Los ojos de los presentes se posaron en Yet, quien se mantenía en guardia, listo para enfrentar cualquier reacción. La tensión era palpable, como una cuerda a punto de romperse.


Antes de que pudieran reaccionar, otros soldados tincas se abalanzaron hacia Yet, respondiendo con furia a la agresión contra su compañero. Yet, sin embargo, demostró su fuerza sobrehumana. Recibia los golpes sin daño alguno y los regresaba con una potencia increíble.

Uno tras otro, los soldados tincas caían ante la fuerza de Yet. Tres de ellos fueron noqueados rápidamente, mientras que otro recibió un golpe fatal en el forcejeo. El sonido de los cuerpos chocando contra el suelo se mezclaba con los jadeos de los combatientes y los gritos de sorpresa de los testigos.


En medio del caos, uno de los soldados logró escabullirse y escapar de la refriega. Yet lo observó con atención mientras se alejaba. El tributario proclamó que traería al ejército tinca para vengarse de la afrenta sufrida, yet sabía que algo malo iba a ocurrir por las caras atemorizadas de los nucas, él solo esperaba que Victor supiese que decision tomar.

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