El gran ingeniero, capitulo 14.

 En la aldea Yanta, la expectación llenaba el aire mientras el sol del atardecer pintaba el cielo con tonos dorados y naranjas. Los miembros de la tribu se congregaban en el centro de la aldea, ansiosos por recibir al héroe que había llegado a cambiar el curso de su historia. 

Victor, montado en la espalda de Yet, se destacaba entre la multitud con su presencia.La aldea resonaba con el sonido de los tambores y los cánticos ceremoniales, creando una atmósfera de anticipación y emoción. El aroma de las hogueras llenaba el aire, mezclado con el olor dulce de las flores silvestres que crecían alrededor de la aldea. comenzó la ceremonia de bienvenida. Los miembros de la tribu bailaban al ritmo de los tambores, moviéndose con gracia y elegancia bajo el cielo estrellado. Las risas y los cánticos llenaban el aire, creando una sensación de alegría y camaradería.

Mientras la aldea Yanta vibraba con la celebración y la alegría, la atención de Victor se desvió hacia una de las chozas cercanas. Allí, entre la multitud de personas que bailaban y cantaban, se alzaba un aparato mecánico similar al que había visto en la aldea Nuca. Una mezcla de asombro y curiosidad se apoderó de él.

Días después:

Unos días después, Victor se encontraba en su laboratorio, inmerso en el estudio de los aparatos mecánicos de la tribu Nuca y de la tribu Yanta. 

Victor examinaba cada detalle de los dispositivos con meticulosidad, sus dedos hábiles exploraban cada superficie en busca de pistas sobre su funcionamiento. Sin embargo, la fuente de energía de los luminosos objetos seguía siendo un misterio para él, y su mente trabajaba frenéticamente para encontrar una explicación lógica.

El científico se detuvo un momento para reflexionar, su mente dando vueltas en busca de respuestas. Una idea comenzó a formarse en su mente. Si los dispositivos de ambas tribus tenían un diseño similar y utilizaban una fuente de energía desconocida, ¿no era posible que tuvieran el mismo origen?.

Simultáneamente:

En el imponente palacio del emperador Tinca, dos de los tres soldados supervivientes (uno de ellos había decidido huir) se hallaban arrodillados en el salón del trono, con las cabezas gachas y las miradas fijas en el suelo. Vestían armaduras abolladas y manchadas de sangre, testigos mudos de la brutal batalla que habían enfrentado en el estrecho cañón.


El primero de los soldados era un hombre de mediana edad, con el cabello oscuro y los ojos cansados. Su rostro estaba marcado por líneas de fatiga y preocupación, reflejando el peso de la responsabilidad que había caído sobre sus hombros.

El segundo soldado era un joven de aspecto imponente, con músculos marcados y una expresión dura y decidida en su rostro. Su armadura brillaba con un brillo metálico, contrastando con el semblante sombrío que había caído sobre el salón del trono. Sus ojos oscuros escudriñaban el suelo con determinación, su mandíbula apretada en un gesto de obstinada resistencia.

El emperador, sentado en su trono tallado en madera de ébano, observaba a los soldados con una mirada fría y calculadora. Su rostro estaba enmarcado por una barba oscura y su expresión era impasible, revelando poco de sus pensamientos internos.

Soldado 1: Mi señor, debemos informarle sobre lo que presenciamos en el campo de batalla. El hijo del dios se ha manifestado y ha dicho que las tribus de la costa no le pertenecen más.


Emperador: (frunciendo el ceño) ¿El hijo del dios? ¡Esos son solo cuentos! No hay ningún hijo del dios con ellos.


Soldado 2: Pero es verdad, mi señor. Vimos cómo la montaña se resquebrajaba ante su poder. Sus palabras eran como truenos que retumbaban en el aire.


Emperador: (con incredulidad) ¿Resquebrajaba la montaña? ¡Imposible! 

Soldado 3: Pero, mi señor, lo vimos con nuestros propios ojos. No podemos ignorar la evidencia de nuestra derrota.


Emperador meditabundo: (¿Podría ser verdad? ¿Podría realmente haber un dios en mi contra?)


(El emperador reflexiona en silencio por un momento, sus ojos oscilan entre los soldados y el suelo mientras considera la posibilidad de que estén diciendo la verdad).


Emperador: (finalmente, con decisión) Lo que importa es que han fracasado en su deber de proteger al imperio. Vuestra sentencia está clara. ¡Llevadlos al patio de ejecuciones!


(Los soldados se estremecen ante la orden del emperador, pero saben que no hay vuelta atrás. Son escoltados fuera del salón del trono, resignados a su destino mientras el eco de sus palabras resuenan en la mente del emperador).


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