El gran ingeniero, capitulo 6.

 El jefe de la tribu de los nucas se encontraba en el interior de su choza, cuidando amorosamente de su hija, Inti, quien yacía recostada en una rudimentaria cama de madera. Inti, la hija del jefe, era una mujer alta y relativamente ancha. Su piel tenía el tono cálido del sol y sus ojos oscuros reflejaban la profundidad de su espíritu. Su cabello largo y oscuro estaba trenzado con flores silvestres, y su vestimenta de algodón estaba decorado con bordados intrincados que mostraban la destreza artesanal de su tribu.


Desde hace meses, Inti no podía caminar, y los nucas no entendían la razón detrás de su repentina incapacidad. Atribuían su condición a la influencia de malignos espíritus que habían invadido su cuerpo, trayendo consigo una enfermedad inexplicable y devastadora. A pesar de todos los esfuerzos de los chamanes y curanderos de la tribu, Inti seguía postrada en su cama, su fuerza menguante con cada día que pasaba.

El jefe cuidaba de su hija con amor y devoción, aplicando ungüentos y realizando rituales de sanación en un intento desesperado por aliviar su sufrimiento. Sus ojos reflejaban la angustia y la impotencia que sentía ante la enfermedad de Inti.

Simultáneamente:

Un indígena de la tribu, conocido como Tupac, se acercó con cautela a donde Victor y Yet estaban amarrados, llevando consigo una cesta de mimbre llena de frutas y raíces. Tupac era un hombre de estatura mediana, con una complexión musculosa. Su piel estaba adornada con pinturas tribales, símbolos de su conexión con la tierra y la naturaleza que lo rodeaba. Vestía una túnica tejida con fibras vegetales y plumas de aves, que tintineaban suavemente con cada paso que daba.


Victor y Yet yacían amarrados en el suelo, su aspecto desaliñado y desgastado por la semana que habían pasado en cautiverio. Sus ropas estaban sucias y desgarradas, y sus rostros mostraban signos de fatiga y angustia por la incertidumbre de su situación. A pesar de su adversidad, mantenían una mirada firme y determinada, una chispa de esperanza brillando en sus ojos mientras enfrentaban los desafíos que se les presentaban.

Victor: (en algún idioma) Puedo ayudar a la hija del jefe, Ve y dile.


Tupac: (se retira)


Yet: (confundido) ¿Qué le dijiste?


Victor: Aprender su idioma no era tan difícil, según lo que escuché. La hija del jefe no puede caminar. Tal vez pueda usar mis herramientas quirúrgicas para ayudarla. Nos ayudará a convencerlos de liberarnos.

Minutos:

El jefe de la tribu, de aspecto imponente y mirada penetrante, se erguía frente a Víctor con una presencia que parecía emanar autoridad. El jefe había pasado un tiempo considerable esperando una señal de los dioses para saber qué hacer con los dos extraños que habían llegado a su territorio. Durante días, había meditado en silencio, buscando orientación en los sonidos de la selva y las señales de la naturaleza que lo rodeaba. Había consultado con los ancianos de la tribu y había observado atentamente el comportamiento de los forasteros, tratando de discernir sus intenciones y su impacto en el equilibrio de su comunidad.

Con una mirada seria el jefe empezó a hablar en el idioma ancestral de su pueblo. 

Jefe: ¿De dónde vienen ustedes, forasteros?


Victor: Venimos del mar, grande y vasto como el horizonte.


Jefe: (frunciendo el ceño) El mar... Las antiguas profecías hablan de dioses que vendrían del mar en tiempos de gran cambio.

Jefe: ¿Y cómo podrían ayudar a mi hija, que yace postrada sin poder caminar?


Victor: Tengo herramientas y conocimientos en la montaña que podrían ayudar a curarla.


Jefe: ¿Es usted un chamán, entonces?


Victor: Algo parecido. tengo la capacidad de sanar a otros.


Jefe: (reflexionando) Si puede devolverle la salud a mi hija, estaré eternamente en deuda con ustedes. Pero si la lastiman los castigare.


Victor (tragando saliva): Entendido.

La cima de la montaña estaba envuelta en una neblina espesa, que parecía envolver el laboratorio de Victor en un abrazo misterioso. Dentro, la luz de las lámparas brillaba con intensidad, iluminando la habitación con un resplandor frío y estéril. El aire estaba impregnado con el olor aseptico de los productos químicos y el metal, mezclado con la tensión palpable que colgaba en el ambiente.


Victor estaba concentrado en su tarea, con las herramientas quirúrgicas en la mano y una mirada de determinación en los ojos. La hija del jefe yacía sobre la mesa de operaciones, su rostro pálido y tranquilo mientras esperaba con paciencia el inicio de la cirugía. A su alrededor, los instrumentos brillaban con un brillo metálico, listos para ser utilizados en el delicado procedimiento.


El sonido de un objeto similar al bisturí cortando la piel rompió el silencio. La hija del jefe permanecía inmóvil, su respiración lenta y constante mientras Victor trabajaba con cuidado, cada movimiento calculado y preciso. El sudor perlaba la frente de Victor, su concentración absoluta en la tarea que tenía entre manos.


A medida que la cirugía avanzaba, la tensión en la habitación parecía aumentar, como si el destino de todos dependiera del éxito de aquel procedimiento. Yet rezaba desde su lugar, su corazón latiendo con fuerza mientras esperaba con ansias el resultado. Su libertad  dependía de que la cirugía fuera un éxito, y la responsabilidad pesaba sobre los hombros de Victor como una losa.



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