El gran ingeniero, capitulo 5.

Una semana más había transcurrido desde que Victor comenzara la construcción del ascensor en lo más profundo de la cueva. Ahora, el ascensor mecánico estaba listo para su primer viaje hacia la superficie. Con un corazón lleno de emoción y determinación, Victor se adentró en el ascensor y cerró la puerta detrás de él.


El suave zumbido de las poleas resonó mientras comenzaba su ascenso. Con cada metro que ganaba altura, el aire se volvía más fresco y nítido, impregnado con el aroma fresco de la vegetación y el sonido distante de la cascada que rugía en la montaña.


A través de las paredes de madera del ascensor, Victor podía ver el paisaje cambiando gradualmente a medida que ascendía. La luz del sol se filtraba a través de las hojas de los árboles, creando patrones de sombra y luz que danzaban en las paredes de la cueva. El suave murmullo del agua de la cascada se mezclaba con el canto de los pájaros y el susurro del viento entre las hojas, creando una sinfonía natural que llenaba el aire con una sensación de serenidad y belleza.


A medida que el ascensor se acercaba a la cima de la montaña, se podía vislumbrar una formación rocosa que se asemejaba a una calavera gigante. Las rocas grises se alzaban contra el cielo azul, sus contornos angulosos formando una figura que parecía mirar fijamente desde lo alto.

Horas después:

Tanto Victor como Yet se encontraban juntos explorando los alrededores. El sol brillaba en lo alto, pintando el paisaje con tonos dorados y cálidos. El aire estaba impregnado con el aroma fresco y terroso de la selva, mezclado con el suave murmullo del viento entre las hojas y el canto de los pájaros en lo alto de los árboles.


Yet sostenía en sus manos una rama gruesa, que para otros podría parecer un rodillo de telar, pero para él era una lanza improvisada. Podía sentir el peso del objeto en sus manos, la textura áspera de la corteza bajo sus dedos. Cada paso que daba resonaba en el suelo cubierto de hojas secas.


Victor caminaba a su lado, observando con curiosidad el paisaje que los rodeaba. Podía sentir el calor del sol en su piel, el suave roce del viento en su cabello. El aroma fresco de la vegetación llenaba sus pulmones con cada inhalación, mientras se sumergía en la belleza natural que los rodeaba.


Juntos, exploraban el bosque, siguiendo el sonido del agua que fluía en la distancia. El suelo estaba cubierto de musgo suave y mullido, amortiguando sus pasos mientras avanzaban. El canto de los pájaros llenaba el aire con una melodía suave y melodiosa, mientras las hojas de los árboles susurraban en respuesta al viento.


De repente, un movimiento entre los arbustos llamó su atención. Con cautela, se acercaron, alertas ante cualquier posible peligro. Yet apretó su lanza improvisada con firmeza, listo para defenderse si fuera necesario. 

De la nada, un grito estridente rompió el silencio de la selva, haciendo eco en el aire tranquilo y llenando el bosque con una sensación de urgencia y peligro inminente. El sonido penetrante resonaba en los oídos de Victor, enviando una oleada de escalofríos por su espalda mientras se preparaba para lo que fuera que estuviera por venir. Podía sentir la tensión en el aire, palpable y electrificante, como si la selva misma estuviera conteniendo el aliento en anticipación.


Antes de que pudiera reaccionar, un objeto afilado se arrojó a través del aire con un silbido mortal. Victor apenas tuvo tiempo de parpadear antes de que un dardo golpeara su cuerpo con un impacto violento, enviando una punzada de dolor ardiente que lo atravesó de un lado a otro. El impacto lo hizo tambalearse, su visión se nubló mientras el mundo giraba a su alrededor, y luego todo se desvaneció en la oscuridad.

Los sonidos de la selva parecían desvanecerse, ahogados por el latido rápido y furioso de su corazón mientras yet miraba hacia donde yacía Victor, su mente llena de pánico. 

El aire vibraba con tensión mientras los indígenas observaban con asombro cómo un dardo impactaba en el cuerpo de Yet, pero este no mostraba signos de inmutarse. El sonido del dardo al penetrar en su piel era apenas un susurro en medio del caos que se desataba. Sin embargo, lo que siguió fue aún más desconcertante: una ráfaga indiscriminada de dardos llovía sobre él, como si la misma selva hubiera cobrado vida y estuviera lanzando sus afilados proyectiles en un frenesí de furia.


Los dardos zumbaban en el aire, dejando estelas fantasmagóricas a su paso mientras se dirigían hacia su objetivo. El olor acre del narcotico en las puntas de los dardos llenaba el aire, una advertencia silenciosa de la peligrosidad de aquellos proyectiles.


Los dardos golpeaban contra la piel de Yet como el repiqueteo de la lluvia contra el suelo de la selva. Sin embargo, su resistencia era inquebrantable, como si estuviera protegido por una armadura invisible. El dolor apenas lo rozaba, como si su determinación actuara como un escudo contra el sufrimiento.


Los gritos de terror de Yet resonaban en la selva, su voz elevándose como un rugido desgarrador que cortaba el aire con su intensidad. El sonido de su voz era como el estruendo de un búfalo en plena estampida, llenando la selva con una sensación de urgencia y peligro inminente. 


Los indígenas, desconcertados por la aparente invulnerabilidad de Yet, comenzaron a retroceder, su confianza desmoronándose ante la visión de su oponente aparentemente imparable. El olor del miedo se mezclaba con el aire, agudo y penetrante, mientras los indígenas luchaban por comprender lo que estaban presenciando.

Pronto, los gritos de miedo de Yet comenzaron a confundirse con gritos de ira, su voz resonando con una ferocidad que enviaba escalofríos por la espina dorsal de los indígenas. Comenzaron a retroceder aún más, la idea de enfrentarse a un enemigo que parecía invencible demasiado para soportarla. La selva parecía susurrarles una advertencia silenciosa: "Retírense mientras aún puedan".


En medio del caos, los indígenas comenzaron a considerar la posibilidad de regresar con su jefe y contarle lo que habían presenciado. La idea de enfrentarse a un enemigo que parecía invulnerable era demasiado para soportarla. 

Los indígenas, aún desconcertados por la resistencia aparentemente sobrenatural de Yet, decidieron posponer su retirada y observar un poco más. La tensión en el aire era palpable, como una capa densa que envolvía la selva en un abrazo angustioso. 


Yet, sintiendo la fatiga pesar sobre sus hombros, se recostó lentamente junto a un árbol centenario. El crujido de las hojas secas bajo su cuerpo era apenas perceptible, un eco suave de su rendición ante el agotamiento. 


Con cada respiración profunda, Yet se dejaba llevar por el suave murmullo del viento entre las hojas y el susurro distante del río cercano. El tacto áspero y rugoso del tronco del árbol contra su espalda era reconfortante, como un abrazo de la propia selva. La suavidad fresca de la hierba bajo su cabeza proporcionaba un lecho acogedor en el que descansar su fatigada mente.

Mientras Yet se dejaba llevar por el sueño, su mente se sumergía en un estado de calma y tranquilidad. Los colores del atardecer danzaban detrás de sus párpados cerrados, pintando un paisaje onírico de tonos dorados y anaranjados. El sonido del río se convertía en una canción de cuna suave y tranquilizadora, arrullándolo hacia el mundo de los sueños con una promesa de descanso y renovación.

Horas después:

Con un estremecimiento, Victor abrió los ojos para encontrarse con una visión desconcertante. Se hallaba atado firmemente a un árbol, su piel rozando la rugosidad áspera de la corteza. Cada movimiento que intentaba era respondido por una presión implacable de las cuerdas que lo aprisionaban, enviando una oleada de incomodidad a través de su cuerpo.

Frente a él, Yet observaba con horror la situación, sus ojos llenos de preocupación y temor. Pero lo que más llamó la atención de Victor fue el aparato mecánico que se encontraba junto a una de las chozas. Brillaba con una extraña fascinación, sus piezas móviles y engranajes relucientes llamaban la atención incluso en medio de la confusión y el caos del asentamiento. La curiosidad de Victor se encendió al contemplar la complejidad de la máquina, preguntándose qué propósito podría tener en aquel lugar remoto y desconocido.

Yet: (llorando) Victor, lamento haberte escuchado cuando propusiste este viaje.


Victor: Algo anda mal.


Yet: No puede ser que apenas pienses que algo anda mal.


Victor: No me refiero a eso.


Yet: Entonces, ¿a qué te refieres?


Victor: Hay un aparato que no corresponde a una civilización de este nivel.


Yet: Eso no importa, los indígenas nos comerán.


Victor: Es poco probable. Las tribus caníbales son más salvajes. A lo mucho, nos sacrificarán a los dioses.


Yet: (llorando) No quiero morir así.

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