El gran ingeniero, capitulo 4.

 La tarde caía sobre la costa de la bahía de la desesperación, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y dorados mientras Victor y Yet se aventuraban por caminos separados en su búsqueda de conocimiento sobre su entorno. El aire estaba impregnado con el olor salado del mar y el aroma fresco y terroso de la selva circundante.


Yet avanzaba con cautela entre las rocas y la maleza, sus ojos escudriñando el paisaje en busca de cualquier indicio de peligro o descubrimiento. El suave susurro de las olas rompiendo contra las rocas se mezclaba con el crujido de la arena bajo sus pies desnudos, creando una sinfonía natural que llenaba sus sentidos. Sin embargo, a medida que avanzaba, un sentimiento de inquietud comenzó a crecer en su pecho, como si estuviera siendo observado por ojos invisibles entre la densa vegetación.


Un escalofrío recorrió su espalda, erizando los vellos de su piel y enviando una oleada de temor a través de su cuerpo. La sensación de estar siendo observado se intensificaba con cada paso que daba, sus sentidos alerta ante cualquier signo de peligro inminente. Decidiendo confiar en su instinto, Yet decidió dar media vuelta y regresar al refugio de la cueva donde se sentía más seguro.


Mientras tanto, Victor exploraba la costa en dirección opuesta, su mente llena de curiosidad y determinación por aprender todo lo posible sobre su entorno. El sol se filtraba a través de las hojas de los árboles, creando patrones de luz y sombra en el suelo cubierto de hojas secas. El suave murmullo del viento entre las ramas se mezclaba con el canto distante de las aves, llenando el aire con una sensación de serenidad y misterio.


Sin embargo, al igual que Yet, Victor comenzó a sentir una presencia desconocida acechando en las sombras de la selva. Un hormigueo de incomodidad se apoderó de su piel, haciendo que sus sentidos se agudizaran en busca de cualquier señal de peligro. Cada pequeño ruido parecía resonar en sus oídos, cada sombra parecía albergar una amenaza potencial.


Decidiendo no ignorar su intuición, Victor decidió regresar al refugio de la cueva, donde se reuniría con Yet y compartirían sus descubrimientos y experiencias del día. A pesar de la sensación de inquietud que los había acosado en la costa, ambos sabían que era crucial aprender todo lo posible sobre su entorno para aumentar sus posibilidades de supervivencia en aquel lugar desconocido.

Horas después:

En lo profundo de la densa selva, oculto entre la exuberante vegetación, se encontraba un asentamiento formado por chozas de madera. El ambiente estaba impregnado con el olor terroso y fresco de la selva, mezclado con el suave murmullo del río cercano y el canto de los pájaros en lo alto de los árboles.


En el centro del asentamiento, rodeado por las chozas dispersas, se erguía una gran choza que servía como la residencia del jefe de la tribu. La estructura estaba construida con troncos gruesos y lianas entrelazadas, con techos de hojas de palma que se curvaban hacia arriba como las alas de un pájaro gigante. El exterior de la choza estaba decorado con elaborados grabados y pinturas que representaban escenas de la vida en la selva y las tradiciones de la tribu de los nucas.


Frente a la choza del jefe, se encontraba un grupo de indígenas sudamericanos, cada uno con una apariencia única y distintiva que reflejaba su herencia y cultura. Sus cuerpos estaban adornados con pinturas de colores brillantes, que contrastaban con la piel semi oscura bronceada. Llevaban túnicas tejidas a mano y collares de cuentas y plumas que tintineaban suavemente con cada movimiento.


El jefe de la tribu se destacaba entre su gente, su presencia imponente y su mirada penetrante revelaban su autoridad y sabiduría. Vestía una capa de plumas de colores brillantes que se extendía desde sus hombros hasta el suelo, y un tocado adornado con plumas de ave exóticas. Su rostro estaba marcado por líneas de sabiduría y experiencia, y sus ojos brillaban con una intensidad que revelaba su profundo conocimiento de la selva y sus misterios.


Los indígenas y el jefe se habían reunido frente a la choza en respuesta a los extraños ruidos que habían perturbado la paz de la tribu en las últimas semanas. Habían sido enviados para investigar el origen de estos sonidos misteriosos y asegurar la seguridad de su comunidad. Con los sentidos alerta y los corazones llenos de determinación, se preparaban para emprender su búsqueda en lo más profundo de la selva, donde los secretos y peligros aguardaban en la oscuridad.

Indígena 1: ¡Jefe! ¡Hemos Sido invadidos por un gigante cuya piel es tan negra como la noche! ¡Nos ha traído mucha preocupación a la tribu!


Jefe: (frunciendo el ceño) ¿Un gigante negro, dices? Eso es preocupante. ¿Alguien más ha visto a esta criatura?


Indígena 2: ¡No, jefe! ¡Estoy seguro de que están equivocados! Es un enano tan blanco como la nieve. ¡He visto con mis propios ojos su figura diminuta rondando por el bosque!


Jefe: (suspirando) Entonces, ¿qué estamos enfrentando? ¿Un gigante negro o un enano blanco? Las historias que me cuentan son contradictorias.


Indígena 1: (nervioso) ¡Jefe, no estoy mintiendo! ¡Vi al gigante con mis propios ojos!


Indígena 2: (igualmente ansioso) ¡Pero yo también vi al enano! ¡Estoy seguro de que es real!


Jefe: (con calma) Tranquilícense, hermanos. No importa cuál sea la verdad, lo importante es que debemos mantener la vigilancia. Esta invasión, sea cual sea su naturaleza, no debe tomarse a la ligera. Prepárense para proteger a nuestra tribu y a nuestras tierras.

Una semana después:

En lo más profundo de la cueva, donde la luz natural apenas se filtraba, Victor se encontraba concentrado en su tarea. La lámpara de gas emitía una luz suave y cálida que iluminaba el espacio, proyectando sombras danzantes en las paredes de roca. El olor a gasolina, líquido recientemente creado por Victor, quemada impregnaba el aire, mezclándose con el aroma fresco y húmedo de la cueva.


Con movimientos precisos y meticulosos, Victor terminaba de instalar su laboratorio. Las mesas de trabajo estaban dispuestas estratégicamente, cada una equipada con herramientas y equipos científicos. Los estantes estaban llenos de frascos y tubos de ensayo, conteniendo sustancias de colores brillantes y texturas diversas. 


Victor tenía planeado comenzar pronto a poner en funcionamiento sus generadores eléctricos. Sabía que serían vitales para su supervivencia en aquel lugar remoto. Sin embargo, había un problema: recorrer la cueva completa era difícil. Por eso, había ideado un plan para facilitar el acceso: construir un ascensor mecánico.


Mientras trabajaba en su laboratorio, Victor visualizaba el diseño del ascensor en su mente. Se imaginaba las poleas girando, las cuerdas tensándose y el ascensor subiendo y bajando por el interior de la cueva.

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