Los inolvidables, capitulo 8.

 En una comisaría de policía, Taylor Bishop, de baja estatura y complexión robusta, se encontraba inmerso en la tarea titánica de organizar la evidencia policiaca, rodeado de enormes cajas que albergaban historias de crímenes y misterios por resolver.

Se sumía en su tarea con una angustia palpable que pesaba como un lastre. Después de 15 años de servicio policial, el hecho de encontrarse organizando evidencia parecía un cruel recordatorio de un ascenso que nunca llegaba. Cada expediente que tocaba, cada papel que manipulaba, era una hoja de su historia marcada por el fracaso.

El aroma penetrante del café recién preparado flotaba en el aire, mezclándose con el tenue olor a tinta de las carpetas y documentos dispersos. Las partículas de polvo danzaban en el rayo de luz que se filtraba desde la ventana, creando un halo tenue sobre las cajas apiladas. El característico sonido de cierre de las cajas, acompañado ocasionalmente por el crujir de papeles, añadía una cadencia peculiar al entorno.

La soledad de su escritorio contrastaba con la algarabía aparente a su alrededor. La ausencia de fotos familiares, un recordatorio silente de la esposa que se había ido y los hijos que ya no compartían su hogar, añadía un toque de tristeza tangible al entorno.

Taylor, con la mirada fija en una caja que contenía un pequeño aparato, extendió la mano hacia él. El tacto inicial reveló una superficie lisa y fresca al contacto, como si el dispositivo estuviera impregnado de la misma tensión que Taylor sentía. 

En ese momento, apareció un compañero de policía. Era un hombre de estatura media, fornido, con cabello corto y castaño que enmarcaba un rostro curtido por años de servicio. Vestía el uniforme policial con una mezcla de orgullo y cansancio.

Compañero: ¡Hey, Taylor! ¿Cómo va ese progreso con la evidencia?


Taylor: (levantando la vista de las cajas) Ah, casi estoy terminando. Este lugar es un desastre, pero alguien tiene que hacerlo.


Compañero: (riéndose) Bueno, alguien tiene que ser el organizador. ¿Alguna novedad interesante en esas cajas?


Taylor: (sonríe irónicamente) ¿Interesante? Más bien abrumador. Pero parece que todo está en orden... más o menos.


(En un instante de distracción, Taylor mete el pequeño aparato en su bolsillo, como si fuera un impulso natural, y luego vuelve a centrarse en las cajas de evidencia.)


Compañero: ¿Te pasa algo? Parece que te has puesto nervioso de repente.


Taylor: (tratando de disimular) No, no es nada. Solo mucho trabajo, ya sabes.


(En ese momento, la escena cambia de manera abrupta. Tao, en un espacio surreal, pronuncia sus palabras con solemnidad.)


Tao: El efecto en cadena ha comenzado.


(La visión de Tao parece intercalar con los eventos en la comisaría, creando una conexión inexplicable entre dos mundos aparentemente separados.)


Compañero: (frunciendo el ceño) ¿Estás seguro de que estás bien? Parece que viste un fantasma.


Taylor: (evitando la mirada) No, no es nada. Solo me distraje un momento. Deberíamos terminar esto.


(La tensión persiste en el aire mientras Taylor guarda su secreto, y la sala de evidencia policial se sumerge nuevamente en el susurro de conversaciones y el crujir de cajas. Mientras tanto, en ese extraño espacio, Tao observa con determinación los resultados de su intervención.)

Horas después:

En la penumbra de su sala de estar, el aroma familiar del hogar envolvía a Taylor mientras se recostaba cómodamente en su sofá. El suave susurro de la calefacción proporcionaba una atmósfera acogedora.

Sus dedos, al tacto con el suave tejido del sofá, exploraban la comodidad que ofrecía. La textura familiar y reconfortante del tejido acariciaba su piel, creando un vínculo tangible con su espacio de relajación.


Al sumergirse en la tranquilidad de su hogar, un ligero crujido del piso de madera resonó en la sala cuando Taylor se acomodó, aquel aparato había caído. En un parpadeo, la habitación se iluminó con la proyección holográfica. La luz titilante, casi etérea, llenó la sala con una tonalidad azulada. Taylor, sorprendido, parpadeó mientras el holograma cobraba forma. La altura imponente de la mujer rubia y delgada generaba un impacto visual, y la presencia virtual ocupó el espacio con una presencia inesperada.


El sonido de la voz, suave pero firme, resonó en la sala. "Hola, soy Taho", pronunció el holograma. Las palabras flotaban en el aire, creando una experiencia auditiva que desafiaba la realidad tangible de Taylor.

Bishop: ¿Quién eres?


Taho: Me llamo Taho.


Bishop: ¿Y qué eres exactamente?


Taho: En este momento, soy la amalgama biológico-tecnológica más avanzada de la historia.


Bishop: ¿Un proyecto del gobierno?


Taho: No, Bishop. Este proyecto es mío.


Bishop: No entiendo nada.


Taho: (con calma) Te contaré mi historia.

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