El enterrador, capitulo 8.

 La cantina espacial zumbaba con el murmullo de voces y risas, interrumpido ocasionalmente por el estruendo de una nave despegando en el puerto cercano. La luz tenue y parpadeante del local creaba un ambiente de misterio y camaradería entre los clientes, hasta que la puerta se abrió de golpe.


Entró un ser humanoide encapuchado, cuyo rostro estaba completamente oculto en las sombras. Las mangas de su capa se balanceaban mientras caminaba, revelando brevemente la presencia de guadañas afiladas que emergían de sus brazos. El ambiente en la cantina cambió instantáneamente; las conversaciones cesaron y todos los ojos se volvieron hacia el recién llegado. Una sensación de peligro palpable llenaba el aire.


El humanoide avanzó sin prisa hacia la barra, sus pasos resonando en el suelo metálico. Al llegar frente al cantinero, quien era conocido por su conocimiento sobre todos los fugitivos del sistema solar, el ser habló con una voz baja y amenazante.


"¿Dónde está Yosarian Porta Millenium?" preguntó, sus palabras cortando el aire como un cuchillo.


El cantinero, un hombre corpulento con un parche en el ojo, tragó saliva y negó con la cabeza. "No sé de quién hablas," respondió, intentando mantener la compostura, aunque una gota de sudor le recorría la frente.


Sin previo aviso, el humanoide levantó uno de sus brazos y una de las guadañas brilló con una luz fría. En un instante, la guadaña descendió y decapitó al cantinero. La cabeza rodó por la barra, dejando un rastro de sangre que contrastaba con la luz azulada del local. Los clientes gritaron y algunos se apresuraron a salir del lugar, mientras otros se quedaban petrificados por el miedo.


Mientras tanto, a bordo de su nave, Hack y Yosarian estaban inmersos en una conversación tensa. Hack, con sus dedos tecleando rápidamente en una pantalla holográfica, miró a su amigo con preocupación.


"He estado buscando en las redes," dijo Hack, su voz temblando ligeramente. "Y resulta que La Guadaña te está persiguiendo."


Yosarian frunció el ceño, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. "¿La Guadaña? ¿De quién se trata?"


Hack tomó aire, su rostro reflejando la gravedad de la situación. "Es el peor asesino jamás visto. Se dice que es invencible, que no ha fallado una sola misión."


El zumbido de los sistemas de la nave y el tenue resplandor de las luces de control proporcionaban un fondo casi acogedor, en marcado contraste con la sombría realidad que Hack acababa de revelar. Yosarian apretó los puños, su rostro endurecido por la resolución.


"Podemos escondernos en algún planeta oculto," sugirió Hack, con un tono suplicante en su voz. "Podemos encontrar un lugar donde ni siquiera La Guadaña pueda hallarnos."


Yosarian negó con la cabeza, su mirada fija en el vacío del espacio exterior visible a través de la ventana de la nave. "No," dijo con firmeza. "Estoy harto de huir. No voy a seguir escondiéndome. Puedes irte si eso deseas, Hack."


Hack lo miró con una mezcla de tristeza y determinación. "Somos amigos, Yosarian. No te dejaré solo en esto. Me quedaré contigo hasta que cualquiera de los dos muera."


El silencio que siguió a su declaración fue pesado, cargado de una mezcla de camaradería y el presagio de la batalla inminente. La luz azulada de los controles reflejaba sus rostros, marcados por la determinación y la inevitabilidad del conflicto que se avecinaba. En ese momento, ambos sabían que el enfrentamiento con La Guadaña sería su prueba más difícil, pero también que enfrentarían juntos lo que el destino les deparara.

Después de unas semanas de intenso viaje, Hack y Yosarian finalmente llegaron al planeta X. El paisaje exótico y misterioso del planeta se desplegaba ante ellos con una belleza salvaje. La atmósfera estaba impregnada de aromas desconocidos, una mezcla de vegetación exuberante y tierra húmeda, mientras las hojas de las plantas emitían un susurro bajo el viento constante.


Determinaron que su mejor oportunidad contra La Guadaña era preparar trampas en el terreno. Durante tres días trabajaron incansablemente, sus cuerpos sudorosos y cubiertos de tierra y hojas. Utilizaron recursos naturales del planeta para construir trampas mortales: hoyos camuflados con estacas, redes escondidas entre la maleza, y dispositivos explosivos rudimentarios enterrados en lugares estratégicos. El sonido de sus herramientas resonaba en el entorno tranquilo, interrumpiendo ocasionalmente el canto de aves alienígenas y el murmullo de pequeños arroyos.


Al tercer día, con las trampas finalmente listas, Yosarian se sentó en una silla rústica que había improvisado, ubicada en una pequeña explanada rodeada de altos árboles. El crepúsculo comenzó a caer, bañando el paisaje en tonos dorados y anaranjados, creando sombras alargadas que se mezclaban con la penumbra creciente. El aire se enfrió, llevando consigo una sensación de anticipación y peligro inminente.


Mientras la oscuridad se profundizaba, el planeta se sumía en un silencio expectante. Los únicos sonidos eran los ocasionales crujidos de las hojas y el zumbido distante de criaturas nocturnas. Yosarian mantenía la mirada fija en la espesura, sus sentidos agudizados, su mano firme sobre el arma. La tensión era palpable, como un hilo tirante a punto de romperse.


De repente, un ruido rompió la quietud de la noche. Fue un crujido, seguido de un susurro casi imperceptible. Yosarian se tensó, sus ojos escudriñando la oscuridad. Antes de que pudiera reaccionar por completo, una figura enorme y sombría emergió de las sombras con una velocidad impresionante.


Una mantis humanoide, de un verde oscuro y reluciente, saltó sobre él. Sus enormes ojos multifacetados reflejaban la poca luz de la luna, y sus guadañas brillaban con una luz fría y mortal. El impacto derribó la silla y Yosarian cayó hacia atrás, pero en un movimiento fluido disparó su arma.


El sonido del disparo resonó en la noche, un estruendo que contrastaba con el silencio anterior. La mantis esquivó el primer disparo con un salto rápido y fluido, sus guadañas destellando mientras atacaba con precisión mortal. El aire se llenó del olor acre de pólvora y el metálico de las armas. Cuando el animal cayó sobre nuestro protagonista, yosarian despertó sudando con el corazón acelerado, pudo notar que solo había Sido un sueño, yosarian ahora lucía muy diferente a como vestía normalmente, vestía su viejo atuendo militar, y estaba tan atabiado de armas como en sus tiempos de soldado.


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